Madrid. Las imágenes de Bill Brandt son contraste y enigma, belleza y crudeza, misterio e inocencia. Este fotógrafo alemán, que se sumergió como pocos en las desigualdades sociales en la Inglaterra de entreguerras, también fue un activo antifascista; de hecho, hasta el final de sus días ocultó su origen germano por miedo a ser relacionado con la maquinaria criminal que desarrolló el régimen nazi en el siglo XX.
Brandt se convirtió en uno de los grandes fotógrafos de paisajes y desnudos, en los que convertía al cuerpo humano o a las montañas y los mares en una misma materia orgánica que sugieren a su vez figuras abstractas que sacuden las miradas por su profundidad.
La Fundación Mapfre expone en Madrid la primera gran retrospectiva de este fotógrafo alemán que vivió la mayor parte de su vida en Gran Bretaña, donde inició su andadura con un lenguaje propio muy sugerente. Su primer gran proyecto fue documentar con su cámara las profundas desigualdades sociales en la Inglaterra de entreguerras. Él, que era de familia rica, tenía acceso a la alta burguesía de entonces, muy reacia a abrir las puertas de su vida a desconocidos y mucho menos a fotógrafos.
Pero él lo consiguió y logró crear uno de los documentos más interesantes de su obra, en los que contrapone la forma de vida de una familia rica y una pobre. Una manera de explicar la sociedad desde arriba y desde abajo, pero con escenas de gran crudeza; una criada preparando el baño en una casa adinerada que se contrapone con la imagen de un minero al que su mujer lava en una palangana en el salón de su minúscula casa, con el cuerpo ennegrecido y roto de cansancio después de la jornada laboral en la mina. O una pareja que come en un pequeño salón sucio y lleno de objetos, que se contrapone con tres miembros de la clase alta que pasan una relajada velada en un amplio salón de alta posición. O un cumpleaños infantil con una habitación llena de globos, una imagen que en solitario sería “inocente”, revela toda su crudeza junto a la de unos niños sin un solo juguete bailando en la calle.
Esa desigualdad, catalizador de la Segunda Guerra Mundial, aparece reflejada en este juego de espejos del que Brandt se limita a ser testigo, relator.
Gracias a esa mirada tan singular, tan comprometida con una realidad doliente, Brandt, que nació en Hamburgo en 1904 y murió en Londres en 1983, se convir-tió en uno de los fotógrafos más influyentes del siglo XX. Enigmático, inquieto y con una fuerte atracción por el componente siniestro en las imágenes y que se resumen en las cinco décadas que Brandt se dedicó a la fotografía, primero como documentalista y luego, explorando los límites del retrato, el paisaje y el desnudo.
Una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, el fotógrafo pierde interés por el documentalismo social y con el objetivo de ser reconocido como artista se adentra en géneros clásicos: el retrato, el paisaje y el desnudo. En el apartado de retratos, que trabaja desde los 40 hasta el final de sus días, aparecen grandes personalidades de la época como Francis Bacon, Joan Miró, Pablo Picasso, Georges Braques o Antonio Tapies.
Brandt se siente en especial orgulloso de su serie de desnudos, sobre todo de su última etapa, que combinan su atracción por lo extraño y la experimentación técnica. En sus fotografías se pueden ver modelos semidesnudas posando en habitaciones en escenas evocadoras y un tanto oscuras. Este tipo de trabajos, que remiten a sus primeros contactos con el sicoanálisis, fueron realizados con una cámara Kodak con gran angular, idéntica a la que solían usar los policías para fotografiar escenas de crimen, que permite captar una habitación sin perder nitidez. Aunque Brandt se interesa especialmente por las distorsiones que genera esa lente, sobre todo en el paisaje, como se puede apreciar en su retrato del pintor Francis Bacon, una de sus obras maestras.
La exposición se podrá ver en Madrid hasta el 29 de agosto.