La Universidad Nacional de Misiones (UNaM) de Argentina otorgó el doctorado honoris causa post mortem al escritor uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) por sus méritos sociales y culturales, como “reivindicación de un actor fundamental contemporáneo y de un modo de pensar en América Latina”.
En una ceremonia que se realizó a distancia desde la sede de esa casa de estudios en Buenos Aires, transmitida ayer en sus redes sociales, el reconocimiento virtual se entregó al director de la editorial Siglo XXI en ese país, Carlos Díaz, quien asistió en representación de Helena Villagra, viuda del autor de Las venas abiertas de América Latina.
“Damos este reconocimiento al también periodista por el legado que nos dejó: una importantísima producción literaria que aún está vigente, la cual nos ha brindado muchas enseñanzas y reflexiones de nuestra situación latinoamericana”, sostuvo la rectora de la UNaM, Alicia Bohren.
En el acto se recordó que Galeano se exilió en Argentina en los años 60, durante la dictadura uruguaya, y ahí fundó la revista cultural Crisis.
Desde el punto de vista académico, añadió el ex rector de la universidad argentina Javier Gortari, “nos parece importante poner en valor la obra de Eduardo Galeano y su trayectoria porque ésta no se ajusta a los cánones específicos de la academia, y porque durante mucho tiempo, y todavía, el sistema universitario tiene una fuerte característica de eurocentrismo.
“Desde el punto de vista intelectual, el escritor hizo una gran deconstrucción del pensamiento crítico, hizo una latinoamericanización del pensamiento intelectual, lo cual nos ha permitido ver que, en realidad, no descendemos de los barcos, como se dijo durante la polémica que se desató hace unos días, sino que somos parte integral de un todo latinoamericano criollo, nativo, mestizo y eso es lo que nos impregna como pueblo.
“Hasta los años 70 en Argentina pensábamos, desde una cultura muy rioplatense, que lo dictadores eran dinosaurios que sólo existían en el Caribe o en la selva. Después entendimos que las dictaduras también se producían en Brasil, en Uruguay, que era la Suiza de América, en Chile donde nunca los militares habían dado un golpe, en Argentina, y por último, en Bolivia. La dictadura selló todo un continente, coordinada desde el siniestro Plan Cóndor, que tanta represión y asesinatos produjo.
“Entendimos que todos éramos parte de un modelo de saqueo y dominación que Galeano describe en su libro Las venas abiertas de América Latina, un modelo predominante en Occidente que primero provino de España y Portugal, después de Francia y Gran Bretaña y hoy en día de Estados Unidos.”
En su intervención, la investigadora Gabriela Bard Wigdor coincidió en que la obra de Eduardo Galeano es fundamental en estos tiempos en los que en Latinoamérica “se siguen viviendo procesos de colonialidad. Lo vemos en el hecho de que cada día perdemos tierras, perdemos soberanía alimentaria, las multinacionales siguen saqueando nuestras riquezas.
“En estos tiempos de sufrimiento por la pandemia de Covid-19 lo vemos también en la forma en la que se están distribuyendo las vacunas, concentradas en los países imperialistas. Ante todo ello, Eduardo nos sigue interpelando desde Las venas abiertas de América Latina, y nos pone a pensar desde nuestras raíces, desde nuestras configuraciones plurales, desde las diversas naciones y rostros que habitan nuestro continente.”
Carlos Díaz, director de la sede argentina de Siglo XXI Editores, agradeció la distinción en nombre de la familia de Galeano. Recordó que el escritor tenía una visita planeada a la Universidad Nacional de Misiones que debido a su fallecimiento ya no se pudo concretar.
“Eduardo odiaba la solemnidad, continuó el editor, los discursos largos y pomposos, las palabras pretenciosas y huecas. Pensaba y hablaba tal como escribía: conciso, al grano, con claridad, sin necesidad de un uso demasiado complejo del lenguaje para darse aires. Era un autor especial.”
Díaz contó que cuando pedía a Galeano revisar los textos de presentación para sus libros “Eduardo lo mutilaba, para mi desesperación. Empezaba quitando prácticamente todos los adjetivos, después los juicios de valor, hasta que quedaba un párrafo raquítico que apenas daba una idea básica del contenido de su libro. Le gustaba eso. No quería contratapas que usaran expresiones como ‘el mejor’, ‘su libro más…’, ‘narra magistralmente’, o ‘destinado a convertirse en un clásico’.
“Las presentaciones eran otro tema, le parecía un horror juntar a dos o tres amigos para decir que él era un fenómeno y su libro una maravilla. En cambio, le gustaba sentarse en el escenario y leer. Era un genio en lo suyo: leía historias, las actuaba un poco, hinoptizando a todos los que estábamos escuchando.
“Cuando me dio la obra de su vida para que la publicara me puso una única condición. Me dijo: ‘a mí me gusta escribir, caminar y vivir tranquilo, así que por favor no me pidas que dé mil notas y entrevistas. Al lanzar un nuevo libro sí, pero después, quiero vivir tranquilo’.
“El siempre apostó a construir muy de a poco y siempre desde abajo. Hasta el final de su vida fue un hombre curioso, una persona que deseaba el encuentro con otros, escuchar, charlar, conocer, entender.
“Siempre estuvo conectado con lo que pasaba a su alrededor. Nunca dejó que la burbuja del éxito lo secuestrara. Fue, desde muy joven, un fuera de serie”, concluyó el editor.