Estigmatizar a los otros es un mecanismo para responsabilizarlos de originar el mal. Es más fácil señalar culpables que asumir los costos de acciones cuyos resultados fueron propiciados por quienes, ante las consecuencias calamitosas, apuntan en muchas direcciones menos hacia sí mismos.
Los resultados del 6 de junio tienen diversas tendencias y matices. Por tanto, es necesario un acercamiento lejano de rigideces y explicaciones simplificadoras. Los sufragios de la ciudadanía, dentro de las tendencias generales de los mismos, muestran interesantes diversificaciones regionales y locales. Cada vez el mapa electoral tiene más elementos que señalan la pluralidad electiva de quienes acuden a las urnas, confiando en su voto para solidificar la opción preferida. Es un dato alentador que dentro de elecciones polarizadas la participación ciudadana superó ampliamente los pronósticos más optimistas.
Analistas, medios, organizaciones y liderazgos partidistas opuestos al gobierno de Andrés Manuel López Obrador y el Movimiento de Regeneración Nacional deseaban que su caída electoral fuera estrepitosa. No fue así, aunque sí disminuyó casi una cincuentena el número de diputados identificados con el proyecto presidencial. ¿Cómo es posible, cuestionan desde el bando adversario, que continúe cosechando apoyos en las urnas y las encuestas indiquen que su aprobación tiene niveles muy altos?
La respuesta dominante de los opositores para explicar la popularidad de AMLO y el avance en el número de gubernaturas logrado por Morena estigmatiza, es decir, pone una marca simbólica infamante, a sus partidarios: están con él y los candidatos morenistas por los apoyos sociales recibidos mediante programas de transferencias de dinero mensuales o bimestrales. Son clientela cautiva y hasta chantajeada, según comentaristas que les niegan capacidad analítica a los sectores empobrecidos por los anteriores gobiernos.
Quienes decidieron sufragar por el movimiento que identifican con AMLO no están con él, así me parece, meramente por lealtad incondicional a causa de los apoyos recibidos, los cuales desaparecerían si dominara otra opción partidista. Las condiciones tan adversas padecidas por millones, lo saben bien, fueron propiciadas por regímenes depredadores y perciben que con AMLO tales condiciones pueden ser menos castigantes y tienen la expectativa de que así se construya un nuevo piso de derechos que quien suceda a López Obrador no podrá revertir. Es en este sector donde poderosamente anidan esperanzas al comprobar, por ejemplo, que el actual gobierno y quien lo encabeza son cercanos a la gente. Sienten que uno de los suyos ha llegado a esferas de poder desde las cuales antes los miraban sin verlos. Disminuir la calidad de los votos favorables a Morena, como lo han hecho infinidad de analistas, porque los depositaron en las urnas mayormente personas con menor escolaridad es descalificar burdamente a millones de mexicanos, muestra de insultante clasismo.
El mecanismo estigmatizador también está presente en quienes, supuestamente, explican la pérdida de apoyo electoral entre las clases medias. Considero un grave error de AMLO lanzar conclusiones sin sustento en datos acerca de por qué los clasemedieros bajaron significativamente su preferencia electoral por Morena, sobre todo en la Ciudad de México, aunque lo mismo sucedió en otras zonas urbanas. En 2018 él obtuvo más apoyo que sus contrincantes entre personas de mayor escolaridad (licenciatura, maestría, doctorado), e ingresos más elevados que el promedio de quienes sufragaron por Ricardo Anaya o José Antonio Meade. El sector de la cultura se volcó abrumadoramente en favor de Andrés Manuel.
El desencanto de quienes hace tres años apoyaron el proyecto de AMLO y ahora prefirieron otra opción no puede, no debe, ser leído como el triunfo de la mezquindad o haber sucumbido a manipulaciones informativas. En cuestiones electorales, como en otros ámbitos de la vida personal y social, las personas no son recipientes vacíos en los cuales tiene cabida cualquier sustancia. Atribuir el distanciamiento electoral a intereses aviesos de quienes antes fueron favorables y/o a ser partidarios de que regresen a gobernarnos los corruptos que desmoronaron el país, puede funcionar como propaganda para aminorar responsabilidades propias en el revés electoral en la Ciudad de México, pero es cerrarse a intentar comprender las razones de los antes partidarios y la posibilidad de que su conducta electoral apunte a rectificaciones necesarias.
Es evidente el crecimiento territorial del movimiento liderado por AMLO, las 11 gubernaturas ganadas son muestra nítida de ello. Por otro lado, su clara derrota en la Ciudad de México es atribuible más a fallas propias que a fortaleza de sus opositores. La capital es, lo ha sido antes, un termómetro que anuncia tendencias que se consolidan después en otras partes. ¿Será el caso esta vez?