El arribo de Alejandro Gertz Manero a la meritoria plataforma del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) no ha recibido de sus presuntos pares ninguna explosión de beneplácito sino, por el contrario, de preocupación y rechazo en un amplio pero aún silencioso segmento.
Negada en cuatro ocasiones anteriores su llegada al mencionado SNI, por considerar los juzgadores que no contaba con la valía requerida en cuanto a producción científica y tecnológica, Gertz Manero lo ha logrado ahora que ocupa la Fiscalía General de la República (FGR), mediante el análisis y resolución de una comisión especial y con el acompañamiento de una historia de “discriminación” pretérita en su contra, que ahora estaría encontrando un revanchismo facilitado por su actual ubicación privilegiada en el cuadro político nacional.
El aspiracionismo Conacyt del fiscal, que a sus 81 años de edad tiene garantizado su alto cargo por seis años más (a menos que renunciara, debido al embrollo de ineficacia y persistencia de vicios anteriores en que se ha convertido tal fiscalía), tiene como antecedente el paso del propio Gertz por cargos quemantes, por ejemplo el de coordinador (con Luis Echeverría como presidente de la República) de la Operación Cóndor, que significó una sistemática violación de derechos humanos y la práctica cotidiana de secuestros, tortura y asesinatos a cuenta de una “guerra contra el narcotráfico” promovida por Estados Unidos y ejecutada en Sinaloa, Durango y Chihuahua.
Dos dinosaurios políticos chocaron ayer: el gobernador priísta de Coahuila, Miguel Ángel Riquelme, y el director morenista de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett. A propósito de la reciente tragedia minera sucedida en Múzquiz, del norteño estado antes mencionado, ambos personajes densos se lanzaron culpas y recriminaciones.
En el fondo, por desgracia y más allá del fuego retórico cruzado, persiste la situación de abandono sistemático a quienes laboran en la minería mexicana, lo mismo por parte de las autoridades federales o estatales que por el sindicalismo de cuello blanco cuya élite se asienta, económicamente próspera y proletariamente discursiva, sobre esa situación extrema de explotación y peligro de los trabajadores.
Ricardo Monreal consideró que era hora de salir a filosofar sobre el momento político y el futuro presidenciable. Quiso colocarse por encima de los competidores hoy enconados, Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum, y dar una apariencia de tersura, casi de sabio cargado de años que da consejos a los combatientes inexpertos y traza senderos a largo plazo, ajeno a las pasiones de la hora reciente.
El truco de Monreal consiste en esta ocasión en mostrarse conciliador cuando es un peleador montado en el ring (la alcaldía Cuauhtémoc, su superlibre en la cartelera) y recomendar sosiego cuando su motor está plenamente revolucionado. No parece estar en el proyecto de Palacio Nacional para la sucesión, y siempre estará presente el distanciamiento entre el zacatecano y el jefe tabasqueño en 2018 a causa de la postulación de Sheinbaum a la jefatura de Gobierno capitalino que deseaba Monreal, pero todo puede dar giros inesperados en una política volátil.
Por lo pronto, el ex gobernador acumula fuerzas, hace alianzas, profesa lealtades y se alista para cualquier incidencia que lo deje fuera de los planes de Morena para 2024. Aunque, obviamente, diga públicamente que no.
Y, mientras Arturo Zaldívar ha echado a andar el mecanismo de endosamiento al pleno de la Corte de una decisión que le corresponde a él asumir: una “consulta extraordinaria” para ayudarse a resolver si acepta extender por dos años su mandato como presidente de la propia Corte y del Consejo de la Judicatura Federal, ¡hasta mañana, con Alejandro Mayorkas, secretario de Seguridad de Estados Unidos, de visita en México (ya se les está haciendo costumbre), para revisar entre otros temas la posibilidad de reabrir el paso en la frontera común, luego de la pandemia!
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