Todo hito político es resultado de un proceso, de un cúmulo de causas. Si el domingo 29 mayo del próximo año, Gustavo Petro fuera electo como presidente de Colombia, ese hecho se explicaría por una multiplicidad de razones que vienen de lejos.
Uno de los aspectos más interesantes que puede aportar una encuesta es que nos permite detectar a tiempo aquellas transformaciones subjetivas que luego derivan en resultados electorales. Sin embargo, caemos en el constante error de interpretar las encuestas únicamente con base en el dato de intención de voto de los diferentes candidatos. Es decir, nos seduce mucho más adivinar cómo será el desenlace final, en vez de disfrutar todo lo que acontece en cada capítulo de una buena serie. La cultura del atajo está de moda.
La encuesta más reciente del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag) para Colombia (para todo el territorio nacional, con casi 2 mil casos de muestra) nos proporciona una fotografía muy nítida de un país en disputa que vive una época de grandes cambios, con una mayoría que sufre, piensa y siente de manera muy distinta de lo que difundan los grandes medios de comunicación. El mejor ejemplo es el tema del paro nacional prolongado: tres cuartas partes de la nación lo aprueban, y seis de cada de 10 considera que las fuerzas de seguridad reprimen de manera excesiva.
Existe una gran mayoría que valora negativamente al presidente Iván Duque, tanto en su gestión (76.3 por ciento) como en lo que respecta a su imagen (77. 5 por ciento). La ciudadanía padece una crisis económica que ha sido agravada por la pandemia, pero que viene desde mucho tiempo atrás. Un altísimo porcentaje de los hogares con menos de un millón de pesos colombianos al mes no tiene cómo afrontar los gastos básicos (75 por ciento) y, en consecuencia, están teniendo que acudir al endeudamiento privado como mecanismo habitual para afrontar esta situación tan crítica (66 por ciento).
El Estado le da la espalda tanto a ellos como a una cada vez más raquítica clase media. Y la ciudadanía quiere más Estado en todo lo que concierne a las políticas sociales, y también quiere un sistema tributario que incremente los impuestos a los más ricos (74 por ciento). En Colombia muy pocos “compran el cuento” de que los ricos lograron su riqueza gracias al esfuerzo (sólo 18 por ciento).
El neoliberalismo fallido en el país se aprecia también en la percepción sobre uno de sus pilares: la banca. La mayoría evalúa muy negativamente su desempeño (70 por ciento) y además existe hartazgo y enojo por su abuso en el cobro de comisiones.
Se mire por donde se mire, el modelo colombiano hace agua por todas partes. La Fiscalía General del Estado tampoco goza de buena imagen (66 por ciento imagen negativa), ni los medios de comunicación tienen gran credibilidad (por ejemplo, Caracol y Semana tienen una desconfianza de 74 y 64 por ciento, respectivamente).
Dicho de otro modo: todo lo que debía sostener el proyecto neoliberal se viene desvaneciendo progresivamente, inclusive el uribismo. La imagen del ex presidente continúa en caída libre (su negativa es de 76 por ciento). El antiuribismo se ha convertido hoy en Colombia en la principal identidad política; casi la mitad de la población se declara así frente a 11 por ciento que dice ser uribista. La gran mayoría de la población cree que Uribe es corrupto, es cosa del pasado y, además, está vinculado con el paramilitarismo.
En pleno proceso acelerado de cambio, todo ocaso tiene su contrapartida en la consolidación de otro horizonte. En Colombia, esta nueva alternativa la lidera Gustavo Petro y Colombia Humana. Si en 2018 la irrupción de Petro en la escena nacional le tomó a muchos por sorpresa, ahora hay casi 60 por ciento que cree que será el próximo presidente. El líder progresista tiene la imagen positiva más alta en comparación con el resto de dirigentes; también posee el techo electoral más elevado, y en intención de voto probable aventaja al resto de forma muy significativa (30 puntos frente a 14 de quien le sigue, Fajardo).
Petro encarna el cambio en múltiples dimensiones: en la propuesta económica, en el rol del Estado, en materia de derechos sociales, en las formas, en los valores y en la conexión con la juventud. Hoy Petro está en la centralidad de la política colombiana.
De ahora en adelante correrá mucha agua bajo los puentes. Cualquier análisis concluyente y cerrado en lo electoral será tan irresponsable como carente de rigor. Todavía ni siquiera conocemos los nombres de las candidaturas. Pero lo único que sí podemos afirmar con certeza es que se atisba una disputa a tres bandas: un bloque mayoritario, encabezado por Petro, y otros dos que se disputarán el segundo lugar: el uribismo y el espacio centrista Coalición de la Esperanza (conformado por los verdes y un sector de los liberales). La incógnita es saber si Petro logrará ganar en primera vuelta, a lo Fernández en Argentina, AMLO en México o Arce en Bolivia; si lo hará en la segunda vuelta contra todos los poderes fácticos unidos, como Castillo, en Perú, o si por el contrario, pasará lo de Lasso, en Ecuador.
Veremos. Aún resta mucho en esta Colombia que cambia. Continuará.
* Doctor en Economía, director del Celag