Un día de febrero en 2008 apareció un hombre mayor, enjuto y desmelenado en el gimnasio Nuevo Jordán de la calle de Buen Tono 36, en el centro de la Ciudad de México. Al personal que trabajaba en el establecimiento les llamó la atención lo inusual del personaje, a todas luces de otro país. Pagó su cuota y empezó a entrenar. Recuerdan que sabía pegarle al costal y las peras. Tenía nociones de ese arte.
Era Bob Dylan –quien dedicó una canción al púgil Rubin Hurricane Carter–, pero nadie ahí lo sabía ni lo hubiera reconocido. El músico estadunidense, devoto del boxeo, fue al Nuevo Jordán como quien visita un santuario. Algunos aseguran que conocía bien la tradición del gimnasio. Ahí se prepararon peleadores memorables como Julio César Chávez en una línea del tiempo que inicia desde Kid Azteca, Chango Casanova y Toluco López. La sala de entrenamiento fue una consecuencia del viejo Jordán de Arcos de Belén a mitad del siglo XX.
Esa historia termina con el anuncio del cierre definitivo del gimnasio, golpeado por el prolongado cierre al que lo obligó la pandemia, entre otros problemas. El fin del Nuevo Jordán se lleva parte de la memoria del boxeo mexicano, considera Manuel Flores hijo, entrenador que se formó ahí al lado de su padre.
“No es cualquier lugar”, afirma Flores; “ahí quedan parte de nosotros, los que pasamos por trabajo, pero también episodios de la memoria del boxeo nacional”.
Hace unos días, entre la tristeza y el silencio, el entrenador acudió al edificio del Nuevo Jordán para recoger sus últimos aparejos y despedirse del lugar donde pasó 30 años de su carrera.