El refugio materno. En el cabaret Barba Azul de la ciudad de México las bailarinas de table dance encuentran como único solaz para su rutina laboral fastidiosa, el baño del local, una suerte de antesala sanitaria y cosmética situada en un piso superior, donde además de arreglarse el peinado, ajustarse la ropa y aplicarse capas nuevas de maquillaje, también se improvisan un espacio de relajamiento. En ese sitio, las jóvenes bailarinas (en rigor, ficheras y ocasionalmente sexoservidoras), se libran a todo tipo de confidencias, reparten consejos a sus compañeras, intercambian anécdotas y ocurrencias, siempre bajo la mirada cómplice y protectora de doña Olga, la matriarca madura a cargo del sanitario, la veterana en el mundo de los cabarets, la alcahueta profesional que hace las veces de iniciadora comprensiva y materna (temperamental de mecha corta) para las jóvenes recién llegadas que terminan viendo en ella a una madre sustituta. Por esa razón y por esa vocación suya, adquirida en su jubilación forzosa, todo mundo la identifica con el cariñoso sobrenombre de La Mami.
En La Mami (2019), su trabajo documental más reciente, la realizadora española Laura Herrero Garvín ( El remolino, 2016), explora con delicadeza y respeto la vida cotidiana de las mujeres que día a día se congregan en el recinto sanitario de la guardiana emérita del cabaret Barba Azul. Es muy sugerente la recreación de la atmósfera que prevalece en ese recinto minúsculo que es el reino de La Mami. Lejos de ser un lugar de encierro opresivo, en realidad semeja un espacio de liberación pasajera y catártica para las bailarinas. Piénsese, para mayor precisión, en el baño de mujeres de aquel cabaret Géminis en la película Los caifanes (Juan Ibáñez, 1967), donde la joven clasemediera Paloma (Julissa), en pleno tour de encanallamiento urbano, compartía sus experiencias de prostitución fantasiosa con mujeres ya maduras practicantes del más viejo oficio. Algo de aquel clima de picardía lúdica subsiste en el documental La Mami.
La mirada que Laura Herrero lanza hoy a ese mundo de centros nocturnos de mala muerte y a sus mujeres explotadas laboralmente, contiene, sin embargo, una carga de solidaridad y empatía que siempre la mantiene a distancia del juicio moral e incluso de una denuncia social abierta. La película es, por lo demás, elocuente al concentrar su atención en un solo caso, el de Carmen, una mujer que rápidamente debe reunir miles de pesos para sufragar los gastos de quimioterapia de un hijo enfermo de cáncer, y que, por ello, debe aplicarse a un rendimiento laboral superior a sus fuerzas. Obligada a ingerir dosis excesivas de alcohol para obtener más fichas de servicio, su preocupación es cómo disimular su aliento y estado etílico al momento de consultar al médico de su hijo al día siguiente.
Aunque este asunto pudiera semejar una vertiente muy trillada de cualquier viejo melodrama de lupanares de los años 50 mexicanos, la documentalista lo aborda aquí sin cargar en absoluto las tintas. No como un recurso narrativo sensacionalista y fácil, sino como una muestra objetiva del grado de vulnerabilidad y abandono que vive una mujer de muy bajos recursos en el mundo del sexoservicio. De modo similar, la propia Mami es una persona socialmente relegada, por los rigores de la edad y por la devaluación física, a un rincón sanitario de ese cabaret que no ha sabido de qué otra forma reciclarla luego de dar por concluida su función como objeto sexual rentable. Un tema parecido es materia del notable corto documental María bonita (2019), de Roxana Anaya. Frente a esa indefensión laboral, sintetizada en el diario descenso del piso supe-rior del sanitario a esa pista de baile que es vitrina par el morbo y el autorizado abuso sexual masculino, las mujeres de La Mami tienen como único recurso liberador el poder de la palabra, mismo que ejercen con plenitud en ese baño de mujeres, improvisado confesionario y cálido remanso temporal del cabaret Barba Azul.
La Mami se exhibe en la sala 4 de la Cineteca Nacional a las 17:45 horas.