Si en teoría la democracia es cambio, la fiesta de los toros, que se pretende democrática sin serlo, forzosamente necesita cambiar, no para darle gusto a los disgustados sino por algo mucho más sencillo: intentar subsistir en medio de la creciente uniformización de la sociedad, con pelotas de todos tamaños aprobadas por los del pensamiento único.
El problema de los democráticos es que parecen no tener propósito de enmienda. Se suceden gobernantes, se alternan partidos y se renuevan las esperanzas de los votantes, pero las mentalidades siguen siendo parecidas y la conciencia individual y colectiva apenas se modifica. Una trama de vicios, arreglos y claudicaciones, maquillados con el menjurje de las promesas espera a los alegres elegidos.
En el submundo taurino las cosas no pueden ser diferentes. Son demasiados los intereses extrataurinos que se mueven y que acabaron desviando el rumbo de la elemental pero conmovedora relación toro, torero y público para dar paso a una comercialización brutal del arte de la lidia y del arte de criar toros bravos, lo que se tradujo en una disminución de la emoción y el drama en los ruedos.
Por fin uno de los socios de la empresa de la Plaza México, el arquitecto Javier Sordo, externó en días pasados el propósito de reabrir próximamente, sin precisar fecha, el coso de Insurgentes, luego de casi año y medio cerrado con motivo de la pandemia. El aforo deberá limitarse a 12 mil espectadores, lo que pone en serio predicamento a la poderosa TauroPlaza México, que carece de nombres y reses que convoquen cada domingo esa cantidad de asistentes.
Lo bueno es que ya fueron cambiados los baños de la plaza de Monterrey, pero si de verdad quieren recuperar al ignorado público es inevitable modificar su gastada oferta de espectáculo. “Tenemos grandes ideas y vamos a presentar cosas muy interesantes para la próxima temporada grande”, adelantó Sordo, que no le vio caso a dar la temporada chica. Ojalá que las “grandes ideas” y lo “interesante” no vayan a resultar como la democracia.
Menudo petardo pegaron los toreros y ganaderos metidos a candidatos en las recientes elecciones, incluidos los senadores taurinos de Morena, Armando Guadiana y Pedro Haces, ambos con licencia, quienes desde el inicio de la actual administración no han sabido ser gestores de una fiesta de toros sin defensa alguna y sí con amagos de impresentables partidos, amén de que el espectáculo taurino sigue prohibido en Coahuila y a punto estuvo de serlo en Puebla, entidades de estos representantes.
¿Deficiencias de los partidos, de los candidatos o de ambos? el hecho es que el minero-ganadero Armando Guadiana, aspirante por Morena a la alcaldía de Saltillo, ni los candidatos toreros del PRD Uriel Moreno El Zapata, que intentaba una diputación en Tlaxcala o Lupita López, que buscaba el mismo cargo en Yucatán, lograron ganar. No le fue mejor al partido Fuerza por México, de Haces, que postuló al matador José Luis Angelino para presidente municipal de Tetla, Tlaxcala, y a los diestros yucatecos Michelito Lagravere y Cuauhtémoc Ayala, para sendas diputaciones. Ninguno logró la mayoría de votos ante las vitriólicas neoalianzas partidistas en otra elección, no olvidarlo, pagada por la ciudadanía.
Despejada la duda de remotos triunfos de toreros y ganaderos metidos a candidatos, queda una preocupante certeza: si los taurinos de México no emprenden, ya, acciones conjuntas, coordinadas y eficaces para atraer a los públicos a las plazas, esto se acaba solo, sin ayuda de antitaurinos subvencionados ni de verdes desvergonzados.