De la larga estela de yaquis que se han distinguido como grandes líderes en las causas comunes de su nación, Tomás Rojo Valencia es uno de los más importantes. Perteneciente al linaje del histórico Tetabiate, Tomás se proyectó internacionalmente en 2013 cuando se convirtió en vocero de la tribu yaqui durante la resistencia civil contra el acueducto Independencia, embestida del poder político-empresarial para despojar a la nación yo’eme de las aguas sagradas del río Yaqui. Perseguido judicialmente desde 2014 por el entonces gobernador panista Guillermo Padrés, Tomás se vio obligado a abandonar el territorio yaqui, al que pudo retornar dos años después para continuar con la defensa del juya ania y de los bienes naturales y culturales de su tribu. Siempre orientado por la no violencia y la convicción de lograr la unidad de los ocho pueblos yaquis, Tomás ha alertado al mundo por todos los medios a su alcance sobre los poderes e intereses que actualmente amenazan la existencia de su nación y la de todos los pueblos originarios. “Lo que hagan con la tribu yaqui lo van a hacer con todos los indígenas”, suele decir Tomás cada vez que intenta transmitir la magnitud de lo que sucede en Sonora y en todo México.
La lucha de Tomás Rojo y de muchos otros yaquis por evitar el golpe final a su pueblo hunde sus raíces en las profundidades de la historia. En ella, Tomás encontró un almacén repleto de agravios e intentos de exterminio hacia su tribu, además del persistente despojo de su ancestral territorio cruzado por el otrora prodigioso y actualmente en agonía río Yaqui. Esa conciencia histórica la desarrolló Tomás al vivir en carne propia el racismo de los yoris, pero sobre todo la cultivó en sus años como estudiante de la Universidad Autónoma de Sinaloa, donde se formó como ingeniero agrónomo al cobijo de un marxismo militante que nutrió sus posturas contrahegemónicas y su compromiso por alcanzar libertad, autonomía, paz y justicia social para su nación. Con tales herramientas se puso al servicio de la causa yaqui al convertirse en un obstáculo para los poderes que buscan consumar el exterminio de la nación yo’eme. En uno de muchos intentos por doblar a Tomás, el nefasto gobierno de Ernesto Zedillo le ofreció una beca en Europa, añeja estrategia priísta para comprar a disidentes. En diversas ocasiones los ofrecimientos de dinero y prebendas se han repetido sin éxito.
A finales de 2016, Tomás comenzó su alianza con el movimiento gandhiano internacional, convencido de que esto fortalecería las estrategias de resistencia civil no violenta de su pueblo, pero sobre todo ilusionado con asentar la paz en el lastimado territorio yaqui. Como buen idealista práctico, Tomás ha expresado su intención de erradicar todas las formas de violencia que azotan de manera especialmente cruel a su tribu. Acerca de la relación de su pueblo con el Estado mexicano, Tomás ha señalado que las autoridades tradicionales yaquis han sido muy generosas para el desarrollo de México al permitir el paso de diversas infraestructuras por su territorio; sin embargo, la respuesta predominante de los gobiernos y sus aliados ha sido el engaño, el despojo y el desprecio. Como vocero de la tribu, Tomás también ha sido objeto de campañas de difamación promovidas desde el poder público e incluso por algunas ONG. “Si no te gusta que te difamen, no te metas en la lucha”, suele responder Tomás ante los ataques externos.
En 2018, Tomás manifestó su confianza en el candidato López Obrador, pero advirtió a su tribu sobre la infiltración de priístas y panistas de Sonora como candidatos de Morena, y del peligro que ello representaba para la defensa de los derechos históricos de los yaquis. El tiempo le ha dado la razón: a pesar del Plan de Justicia de la Tribu Yaqui que AMLO como presidente anunció en Pótam en octubre de 2019, nada se ha hecho para detener la violencia y el despojo, y mucho menos para ejecutar la sentencia que cancela el Acueducto Independencia y ordena restituir el agua al río Yaqui y a su pueblo. Tomás lo ha dicho en todos los tonos: el común denominador de todo esto es el despojo, la criminalización, incluso la desaparición. Ante nuestras narices se desarrolla la más reciente de las muchas guerras de exterminio que ha enfrentado la tribu yaqui a lo largo de su historia. En este brutal contexto, la pasada Semana Santa a Tomás le llegó la noticia sobre el mal neurológico que me afecta y que ha hecho estragos en mi cuerpo. Con una ofrenda materializada por un cirio, Tomás hizo una manda de tres años por la recuperación de mi salud ante una urna que simboliza la velación del cuerpo de Jesús en la capilla de Pitahaya-Belem. Ese hombre, que fraternalmente rezó y tomó un compromiso por mí, ha desaparecido. No sólo eso, 14 días después, el 8 de junio, ejecutaron en Obregón al yaqui Luis Urbano Domínguez, otro entrañable defensor del río Yaqui y de su pueblo. La lista crece, se vuelve interminable. Todo en nuestras narices, y como dice Alberto Vizcarra, con el silencio del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas.
* Investigador de El Colegio de San Luis