La Filarmónica de Berlín puso nuevamente los reflectores sobre una de las máximas personalidades de la composición musical: Unsuk Chin, quien está a punto de cumplir 50 años, consolidada entre los grandes de la historia.
El concierto transmitido en vivo el sábado 5 de junio, desde la sala Philharmonie, significó la reaparición de la compositora Unsuk Chin, de quien el notable músico coreano Sunwook Kim interpretó la parte solista del Klavierkonzert, partitura de hondo calado.
Unsuk Chin nació en Seúl el 14 de julio de 1961; vivió penurias, pero siempre ha triunfado en conseguir sus anhelos. Tenía dos años cuando conoció un piano; en ese instante decidió su futuro, lleno de escollos: sus padres no podían comprarle un piano ni sostener sus estudios de música.
Consiguió, siempre a contracorriente, ingresar a la Universidad de Seúl, estudiar composición con Sukhi Kang, quien la inició en la tradición occidental, y logró una beca en Hamburgo, donde se hizo alumna de Gyorgy Ligeti.
Las primeras composiciones de Unsuk Chin la presentan como la continuadora de la obra de Ligeti. Ambos poseen el embrujo que ha concitado los mejores oídos melómanos, como los del cineasta Stanley Kubrick, quien a través de sus filmes más conocidos (2001 A Space Odyssey y Eyes Wide Shut), dio a su vez a conocer a Gyorgy Ligeti más allá del círculo de iniciados.
Embrujo, he ahí una manera de presentar la música de Unsuk Chin: reúne claridad, sencillez, soltura, humor, al mismo tiempo que requiere de particular atención del escucha, pues Unsuk tiene la capacidad de expresar conceptos de cierta complejidad intelectual, pero con transparencia tal que captura la fascinación del público. Eso, fascina.
El concierto de la Filarmónica de Berlín –como parte de esta temporada a la que ya puede asistir público en las butacas, mientras los músicos usan cubrebocas en escena y se los retiran cuando comienza la música– fue dirigido por el finlandés Sakari Oramo.
La primera parte del programa consistió en el embrujo de la música de Unsuk Chin, mientras en la segunda parte el finlandés desplegó desde el podio sus poderes sinestésicos con una interpretación estrujante de la Segunda Sinfonía de Sibelius, su paisano.
Como es costumbre en las transmisiones en vivo de los conciertos de la Filarmónica de Berlín, durante el intermedio disfrutamos de entrevistas con los músicos en turno. Ahí dijo el finlandés que es sinestésico y que la Segunda Sinfonía de Sibelius, su paisano, le hace escuchar muchos tonos de amarillo, algunos pasajes en azul y otros en tonalidades magenta.
La compositora Unsuk Chin, en su turno, explicó la naturaleza de su Concierto para Piano, lo rigurosa que fue en su escritura, e hizo énfasis en el tema de la complejidad: “Escribo conciertos para instrumentos solistas y orquesta, porque siento fascinación por los momentos de complejidad, esos instantes maravillosos, las situaciones límite de los músicos, a quienes pido en mis obras ubicarse siempre adelante de sus posibilidades. Es una situación musical extrema y es maravillosa”.
Dijo más: con elegancia, la dama Unsuk Chin nos hizo saber que estaba muy contenta de que su paisano, el pianista Sunwook Kim, tenga la posibilidad técnica y la valentía de interpretar su concierto, “y qué bueno, porque ha habido orquestas y solistas que han programado este concierto y luego de varios ensayos lo han encontrado demasiado difícil de interpretar y han cancelado de última hora”.
Nos hizo recordar muchos ejemplos similares: el compositor mexicano, comunista, Conlon Nancarrow, me platicó que cuando los músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional se negaron a interpretar sus obras porque las consideraban muy difíciles, él sencillamente los mandó al carajo y armó en su casa, construida por cierto por Juan O’Gorman en la colonia Las Águilas, su propia orquesta mecánica activada por fuelles neumáticos y mediante tarjetas perforadas, toda labor realizada siempre en soledad. Hoy, Conlon Nancarrow es uno de los gigantes de la música en la historia.
Me hizo recordar también lo que me contó el compositor Arvo Pärt cuando visitó México: que una vez que el concertino de una orquesta se quejaba de que la partitura estaba bien difícil de tocar y al verlo sufrir tanto, Arvo Pärt se acercó con su lápiz, que llevaba sobre la oreja, a la usanza de los maestros carpinteros, y con la goma del lápiz borró los compases que el músico en cuestión cuestionaba y en su lugar dibujó nuevas solfas, sencillitas. Hoy, Arvo Pärt es uno de los gigantes de la música en la historia.
Lo que contó la compositora Unsuk Chin en la entrevista que se transmitió en la Digital Concert Hall de la Filarmónica de Berlín me hizo recordar las veces que el compositor austriaco Anton Bruckner lloró de emoción ante sus logros y de dolor ante el acoso, cuando se gastaba un año de su sueldo de maestro rural para que la Filarmónica de Berlín accediera a interpretar sus sinfonías, hacía caso de sus malquerientes y quienes le aconsejaban fingiendo compasión y revisaba y volvía a revisar sus monumentales partituras, para que los músicos se dignaran tocarlas. Hoy, Anton Bruckner es uno de los gigantes de la música en la historia.
Así hoy, la compositora Unsuk Chin es una de las gigantes en la historia de la música.
Debemos al director de orquesta Kent Nagano, y también a Simon Rattle, que el mundo conozca la maravillosa música de Unsuk Chin, pues ellos, al igual que otros grandes directores, como Esa-Pekka Salonen, Myung-Whun Chung, Neeme Jarvi y Peter Eötvös, han tenido la valentía de programar sus obras.
El Klavierkonzert de Unsuk Chin en manos del pianista Sunwook Kim y el director Sakari Oramo sonó en todo su esplendor: alta complejidad, al punto de que el pianista terminó bañado en sudor y, para bajar el avión, como deberían decir en broma los puristas de la musicología, ofreció como encore un bellísimo intermezzo de Johannes Brahms.
Por momentos, la música de Unsuk Chin nos recuerda los filmes de Kim Ki-duk (otra de las víctimas del coronavirus: murió el 10 de diciembre de 2020 por esta enfermedad), en especial Las cuatro estaciones de la vida, por su serenidad zen, sus estados contemplativos y su claridad, en algunos pasajes, pero en realidad la obra de Unsuk Chin no admite clasificaciones ni encasillamientos. Lo suyo es el crisol.
Asentada en Berlín desde antes de la caída del muro, se declara a sí misma como un producto de la cultura cosmopolita. “Yo soy libre de ser la compositora que quiero ser porque mi tradición cultural, como emigrada, es muy nueva en comparación con un compositor alemán, o uno austriaco, porque ellos se enfrentan a una larga tradición cultural que tienen tras de ellos”.
Podemos distinguir, además de las cualidades ya enlistadas (claridad, complejidad, transparencia, trabajo cerebral), su sentido del humor y su fascinación por la voz humana y los juegos de palabras.
Entre las herramientas preferidas de Unsuk Chin están los palíndromas, los acrósticos, los anagramas, que aplica en la estructura de sus composiciones para hacer sonar sus valores prosódicos por igual que los semánticos y los meramente sonoros.
El mismo procedimiento utiliza cuando recurre a textos que ama: en su partitura Le Silènce des Sirenes, por ejemplo, desmenuza el monólogo interior del Ulysses, de James Joyce. Y de Kafka reproduce su humor amargo en Cosmigimmicks, así como la mímica de Samuel Beckett en Quad, y en Le Chant des Enfants des Étoiles recurre a textos de Octavio Paz, Giuseppe Ungaretti, Fernando Pessoa, William Blake y Percy Shelley.
Unsuk Chin posee una amplia gama de intereses en las artes y las ciencias; pero, como ella sintetiza, “la música siempre se refiere a la música: es pensar en sonidos y en cómo organizarlos, o, en palabras de Gerard Grisey, ‘somos músicos y nuestro modelo es el sonido, no la literatura; el sonido, no el teatro, las artes visuales, la física cuántica o la geología; el sonido, no la astrología o la acupuntura’”.
La música de Unsuk Chin está disponible en el archivo de la Digital Concert Hall de la Filarmónica de Berlín y en distintas plataformas, entre ellas Spotify. Bienvenidos al embrujo de Unsuk Chin.