El día del halconazo, Edmundo Martín del Campo se sumó al contingente que encabezaba la movilización estudiantil. Tenía 20 años de edad en aquel 1971 y recién había concluido sus trámites para ingresar a la vocacional del Instituto Politécnico Nacional. Desde el movimiento estudiantil de 1968 fue muy activo y se acercó sobre todo a los jóvenes de la Escuela Superior de Economía del Poli.
La tarde del 10 de junio de hace 50 años, el Jueves de Corpus, Edmundo fue uno de los jóvenes asesinados durante la masacre en la calzada México-Tacuba.
“Fue la guerra de los injustos contra la juventud”, sintetiza Jesús Martín del Campo, hermano de Edmundo, al referirse a los hechos del 2 de octubre de 1968 y del 10 de junio de 1971, a los que sobrevivió.
En entrevista con La Jornada, rememora aquella tarde y el impacto por la muerte de su hermano. “Lo sucedido en ese trienio, marcado por mi detención en Lecumberri tras el ’68 y la pérdida de Edmundo en ’71, es aún un duro golpe para mí y mi familia”.
Jesús, miembro del Comité 68 y quien en esa época estudiaba en la Escuela Normal Superior –muy cerca de donde se dio la represión– recuerda que aquella marcha era la primera movilización estudiantil tras dos años y medio de un “ayuno” derivado de la masacre en la Plaza de las Tres Culturas.
El estudiantado lo consideró un acto simbólico de resistencia y salió a marchar ese día. “Sí, había miedo y preocupación, pero necesitábamos tomar las calles”.
Cuando Jesús llegó a la zona se percató de que algo extraño pasaba: vio jóvenes armados, con varas y pistolas, aguardando el paso de los contingentes. A los pocos minutos comenzó el zafarrancho.
“La marcha avanzaba y empezaron los gritos, los disparos. Un compañero y yo corrimos hacia donde se había iniciado la movilización. Estaba preocupado por mi hermano. Íbamos de un lado a otro, para tratar de ubicarlo, pero nada.
“Estábamos desconcertados, con un sentimiento de ira al saber que era una nueva represión. Vi caer a varios compañeros, al igual que lo presencié en el 68. Tenía la corazonada de que a Edmundo le podía pasar algo, era muy activo, muy dispuesto.”
La adrenalina se apoderó de Jesús, nada era más importante que hallar a su hermano. Ni los golpes ni los disparos lograron detenerlo en ese propósito. Recorrió varios de los sitios a los que habían trasladado a los heridos: el Hospital Rubén Leñero y la delegación ministerial de Tacuba. Hasta que finalmente lo encontró, sin vida.
Aun con la dureza de esa pérdida, cinco décadas después, Jesús reflexiona sobre la relevancia de la rebelión juvenil de esa época. “Fuimos una generación con deseos de cambio, que quería frenar el autoritarismo. Creo que cumplimos”.