Cinco días, de domingo a viernes, es muy pronto. Muy pronto para saber qué le pasó al país ese domingo, qué le pasó a nuestra comunidad y a nosotros mismos. Lo único que se percibe es que estamos montados en una ola de fuerza y un destino difíciles de estimar, faltan meses.
Cuánto durará esta incertidumbre es el otro enigma, pero dados los acontecimientos calendáricos y los imprevisibles no parece desatinado hablar de meses, muchos. Por lo pronto hasta diciembre, cuando por ley termine el periodo ordinario del Congreso.
La pandemia se estabiliza a la baja y la violencia producida por las elecciones no se manifestó como se auguró. Los resultados oficiales se conocerán en días. Se intensificarán entonces las rabietas, los llantos, los pleitos merodeadores. También habrá peligrosas exaltaciones de triunfalismo como medio de ratificación de la victoria.
El punto crítico es la debilidad moral y material de las estructuras responsables de desahogar los casos legales que posiblemente surgirán y que deberían terminar con el mes de agosto o provocar un conflicto constitucional más. En el lapso aludido tendremos que ver las condiciones en que toman posesión 15 gobernadores y más de mil alcaldes.
Veremos instalado el Congreso de la Unión a cargo de resolver delicadas iniciativas dejadas atrás por la anterior legislatura y de posibles reformas electorales que determinarán la elección presidencial. La necesidad de reformarla es por todos compartida, pero cada partido la querrá a su conveniencia. A pesar del difícil consenso, lo que venga sería mejor que lo actual.
Punto de especial algidez será el proceso aprobatorio del Presupuesto de Egresos de la Federación de 2022 que, además de su importancia implícita, pues es el combustible de la 4T, marcará pauta para los siguientes dos años. Paralelo a ello marcha la aprobación de la cuenta pública, así que hay materia inflamable.
Con afectación a nuestro interés de varias formas –el empleo es una de ellas– Estados Unidos está resolviendo acertadamente sus expedientes, algunos residuales de la era Trump. Estabilizó y está dominando la pandemia y la economía, entró en el inevitable reto de lidiar con el Partido Republicano y sacó los dientes a Irán y Rusia.
Cierra este interesante ciclo anunciado una madre de todas las batallas contra la corrupción internacional. Un día de estos nos salpicará con ese tema y no nos gustará. Somos deficitarios ante el juicio internacional.
Con pocas ganas Estados Unidos decide voltear hacia el sur y manda mensajes que sus interlocutores –nosotros– no hemos descifrado: 1) envía a su secretario de Estado a Costa Rica a un foro regional cuya esencia fue las migraciones, pero aquel se dio tiempo para conversar con Marcelo Ebrard; 2) un misterioso alto funcionario de la CIA viene a México con la cándida explicación pública de verificar la agenda de la vicepresidenta Kamala Harris. Lo considerable es que en su portafolios traería un nuevo vocablo en el diálogo bilateral: la cuestionable gobernabilidad de nuestro país; 3) Estados Unidos ha filtrado que su secretario de Seguridad Nacional nos visitará en días para remachar ese mismo clavo, o ¿para qué más?; 4) en su anunciada guerra contra la corrupción internacional, Biden barrerá con todo. Así son ellos y no nos gustará; 5) a sólo 24 horas de que se haya realizado el proceso electoral, Harris vino al país con una agenda que era deducible: migración ilegal, drogas, inversión extranjera, condiciones laborales semejantes.
Lo que no hemos discutido públicamente es el carácter de los ígneos instrumentos coactivos que podrían aplicar y que nos serán ominosos. Es una tarea de analistas más que de gobierno.
En este delicado marco se ve al Presidente cada vez más solo, si bien es su estilo. Paralelamente, es cierto que la situación con Estados Unidos y la interna son singulares, no eran previsibles en 2018. Lo más grave en el momento doméstico es la sobrecarga de violencia política asociada a la violencia criminal, y no es fatalismo enunciarlas juntas porque tienen un magnetismo natural que las atrae.
Es un horizonte preocupante. Súmese a ello un gabinete que no parece compartir responsabilidades, porque así fue diseñado: un ajedrez sin alfiles ni torres que mover, aun cuando el Presidente necesita un espadachín. Quien debería ser el centro energético del gobierno –Gobernación– calla o sólo pronuncia frases floridas.
La comunidad nacional algo habría que decir ante el desafío de este parto patriótico. ¿Quiénes tendrían que alertar y de qué manera sobre lo lamentable que pudiera ser el periodo?
El parto no es tarea del gobierno solo. Las sociedades desarrolladas son participativas en la gestión de su destino. Necesitamos una dosis de humildad, creatividad y compromiso. Entre brutalidad, delincuentes, vedetes y payasos destaca la soberbia, la pequeñez y la evasión. Pero, ¿qué nos pasó hace cinco días? ¡Aún es muy pronto para saberlo!