Kamala Harris, vicepresidenta de Estados Unidos, llegó a nuestro país en una visita a vuelo de pájaro con el presidente Andrés Manuel López Obrador en busca de encontrar solución o soluciones, al problema de los niños y adultos centroamericanos y mexicanos en tránsito para trabajar en la nación vecina.
Negociaciones complejas ante la dificultad del problema que se vuelve universal. Migrantes pobres deseando entrar en los países ricos. Las posibles y difíciles consecuencias nos tienen pasivos en estados de consternación de aparente “no pasa nada”. Perplejos y aturdidos ante la zozobra de los migrantes, los sentimientos invaden y apuntan a una espantable sensación de vulnerabilidad. La depresión paraliza y la desesperanza desorganiza. El desvalimiento y el dolor se entremezclan mientras el tránsito hacia el país del norte se vuelve incontrolable.
Sin embargo, no es posible que el dolor en los países afectados nuble la capacidad de reflexión y menos que el resentimiento bloquee nuestro entendimiento. Lo más dramático, duro y difícil de aceptar es no haber aprendido de nuestra historia. Seguimos dando vueltas en la noria, instalados en la compulsión a la repetición, secuela de viejas neurosis traumáticas. Ya en el Laberinto de la soledad, Octavio Paz hablaba de la migración de los llamados pachucos en los años 40 y 50.
¿Cómo transmutar en lenguaje esa compulsión a repetir, a la destrucción, si no llega a la conciencia y se ve obnubilada por el odio y el resentimiento? ¿Cómo transmutar el lenguaje y negociación racional, el instinto de muerte en un reactivo al revés, una inapropiada visión retrospectiva de lo que es y no es? El mundo se revela con ínfulas de urbanidad electrónica, desmentida por las disonancias de la agitación estruendosa de las desigualdades brutales, el hambre, el ecocidio, la corrupción e impunidad que rebasan la razón.
Las naciones progresaron y su avance material sirvió para proporcionar a sus pueblos medios más poderosos de destrucción. En cambio, su avance moral y racional no ha servido para sostener la fraternidad entre los hermanos, y sí para confirmar que en el fondo de la persona se ocultan fuerzas irracionales que compulsivamente se repiten y tienden a la destrucción. Pareciera que la raza humana no tiene enmienda y que el proceso de evolución cultural es una ilusión. Los migrantes, en su transitar, nos hablan de un nuevo caos que se acompaña de una estela de dolor el cual deviene traumas inelaborables y que, en intento fallido de elaboración de lo traumático, tenderá a repetirse.
Violencia engendra violencia, atacamos al supuesto enemigo, espejo que refleja nuestra peor parte y, al verla en el otro, creemos poder deshacernos de lo que proyectamos. No toleramos la imagen que el otro nos refleja. La intolerancia a la diferencia, al otro, a lo que el otro me dice de mí mismo.
La visita de la vicepresidenta estadunidense irradiaba optimismo y un reflexionar antes de actuar; habría alguna esperanza de asumir con conciencia, y no acicateados por el odio, las fuerzas ocultas que permitan recordar para no repetir.