La pobreza no cancela el sentido poético y filosófico, “simplemente no se verbaliza como en otras” clases sociales, sostiene el narrador Antonio Ramos Revillas, idea que plasma en Salvajes, su novela para jóvenes recientemente editada por el Fondo de Cultura Económica (FCE).
Agrega en entrevista que escribió esta narración para abordar la desesperanza que proviene de una realidad “donde tu mayor éxito será sobrevivir, pero que no está exenta de momentos de felicidad, bonitos y de pausa.
“El personaje Efraín se detiene a mirar los aviones y con eso hace un juego poético; desde que vive en lo alto de un cerro puede imaginar y hacer ejemplificaciones de lo que es la ciudad. La gente piensa que la pobreza te quita todo, pero la verdad es que no te quita el espacio poético.”
Ramos Revillas (Monterrey, 1977) afirma que todos nos planteamos problemas filosóficos “sin importar nuestro poder adquisitivo, el acervo de palabras y conocimientos que tengamos; es decir, yo me pregunto cómo ha de ser mi muerte, y para responder tengo los libros que he leído y las películas que he visto; los viajes, amigos y lazos familiares que he hecho. Alguien que no, tiene otras cosas, y ante la misma pregunta los dos llegamos a un punto muerto: no sabemos”.
Menciona que la mayor reflexión que tuvo con la escritura fue sobre “la violencia ya orgánica. En la narración lo quise determinar con unos niños que hacen una obra de teatro. Es un ajusticiamiento y terminan ‘cocinando’ a uno de ellos”.
El escritor relata que “a muchos de mis vecinos, niños que tenían seis o siete años, cuando yo tenía unos 18 y querían juntarse con mi camarilla, los mataron o los desaparecieron durante la guerra contra el narcotráfico del sexenio de Felipe Calderón. Quería tener pretexto para mostrar a todos esos jóvenes asesinados. Por eso la novela termina como termina. Pero también hay esperanza, y para mí está en la lectura, en los libros y en preguntarse por las historias de los demás”.
El también editor menciona que en su novela “hay algo de esperanza, pero muy percudida por la realidad. Defiendo la idea de que la literatura infantil y juvenil, más que preparar una burbuja para cuidar al niño y al adolescente de la vida real, debe construir un acercamiento a sus primeros puntos, que pueden ser conflictivos: desesperanza, violencia, muerte, maltrato intrafamiliar, el deseo por ser aceptado...”
Refiere que proviene de una familia en una colonia brava de Monterrey, donde se daba cuenta de que existía el proceso imaginati-vo, que ahora representa en su novela: “cuando los chicos se detienen a comer en la plaza o cuando se sientan a beber una cerveza junto al fuego platican. En esa plática están todas estás preguntas sobre la vida, la existencia, el futuro y el chisme coloquial de la colonia”.
Se trata, dice, de una “historia sobre la gente y los chicos, en torno a que asociamos pobreza con narcotráfico, pero no pobreza con muchas personas que buscan y trabajan todos los días para salir adelante; por eso me importaba mucho hablar de los oficios y las maneras que tienen para trabajar; por ejemplo, la pareja de la mamá de Efraín, que es machetero, azulejero y electricista”.
Antonio Ramos Revillas añade: “Quería contar una historia sobre las personas de la periferia, quería que hallaran el libro y de pronto se encontraran la de un joven que su problema es sobrevivir y evitar que el narcotráfico lo agarre. Y en ese entorno hablar tanto de sus abismos como de sus esperanzas”.