Algunos expertos en sicoanálisis y siquiatría califican de “esquizofrenia” al padecimiento que impide distinguir entre ficción y realidad, y estimando que se trata de una “enfermedad mental grave”.
En cambio, cuando se discute coloquialmente de asuntos políticos, suele emplearse con ligereza el término para descalificar a quienes niegan o tergiversan la realidad. Arrebatamiento injusto y desagradable que, innegablemente, pone en cuestión los buenos modales.
Ejemplo: desde La ciudad y los perros, he leído casi todas las obras de ficción de Vargas Llosa, y buena parte de sus artículos políticos, en los que fue desarrollando, a mi juicio, una visión tortuosa de la realidad. Conclusión: inigualable maestría para viajar de la realidad a la ficción y viceversa.
A pesar de ello, más de medio siglo de lectura vargallosiana no me han sido suficientes para resolver un dilema que, sospecho, ningún discípulo de Freud o de Lacan podría resolver: ¿cuándo se jodió Mario Vargas Llosa?
Tributaria del ex pongo y hoy marqués, la cultura andino-indígena-mestiza ha dado escritores singulares, aunque marcados por su complejo de inferioridad frente a la cultura colonial. Caso emblemático: Alcides Arguedas (1879-46), escritor a sueldo del magnate del estaño, Simón Patiño. En 1909, Arguedas publicó en Barcelona Pueblo enfermo, haciendo patente su razonado desprecio por la sociedad boliviana.
En Pueblo enfermo, el autor lamenta que la “mezcla de fatales leyes biológicas, razones históricas y circunstancias ambientales han hecho del indígena una raza atrofiada y enferma”. Celebrado por el gran Miguel de Unamuno, el libro ya no se lee. Pero sus contenidos permiten desentrañar el crónico odio racial de los que (no sólo en Bolivia y Perú) andan asustados al ver que los pueblos empiezan a romper las cadenas del coloniaje.
En las antípodas del Arguedas boliviano, el peruano José María Arguedas (1911-69) y un libro publicado poco antes de su suicidio: El zorro de arriba y el zorro de abajo, profunda reflexión sobre el Perú que Vargas Llosa desprecia a tal grado, que en 1996 le dedicó un largo ensayo: La utopía arcaica y las ficciones del indigenismo.
El zorro de arriba y el zorro de abajo alude a los zorros de las leyendas indígenas recogidas en quechua a finales del XVI, y cuentan de un mundo dividido en dos: la zona costera y la serrana de las montañas, que fueron el centro de la historia del país en la época precolombina, así como la costa lo sería a partir de la conquista.
Observaciones que por algún misterioso motivo, se me dispararon tras leer “En la cuerda floja”, el último artículo de Vargas Llosa, publicado en vísperas del balotaje que acaba de tener lugar en Perú ( El País, 5/6). Rápidamente, subrayo temas y pasajes relativos a un continente que, según el maestro de la ficción y la realidad “parece empeñado en resucitar el marxismo-leninismo que los europeos y asiáticos se han encargado de enterrar”.
Brasil: “Los jueces han soltado a Luiz Inácio da Silva […]. Si pudieran votar los extranjeros, Lula, su niño mimado, barrería. Los brasileños son más cautos: recuerdan sobre todo que pesan varias condenas sobre él, por aprovecharse del poder y por corrupción”.
Chile: “en este país que parecía haber hecho sus deberes y crecido hasta distanciarse del resto de América Latina y alcanzar niveles europeos, ahora es un absoluto caos… con jóvenes de ambos sexos que sueñan con una nación uniformada, de economía estatizada que arruinaría una sociedad que, parecía iba a ser la primera en América Latina en acabar con el subdesarrollo”.
Colombia: “[…] Arde por todas partes y el presidente Iván Duque es atacado incluso por su propio partido y su maestro, el ex presidente Álvaro Uribe, lo acusa de débil y de no recurrir al ejército para aplacar a los violentos que, guiados por la mano venezolana, quieren arrebatarle el poder”.
Bolivia: las fuerzas de Evo Morales han vuelto al poder y éste tiene un candidato al cual llama “hermano” y “cholito”… Pero no es boliviano sino peruano: Pedro Castillo”.
Perú: “[…] Blanco favorito en lo inmediato para el eje cubano, venezolano y nicaragüense. Si Pedro Castillo gana la elección, el marxismo-leninismo-mariateguismo […], sería la dictadura más feroz y sanguinaria que todas las que ha conocido el país a lo largo de su historia”.
Y la perla que Ripley pide a gritos: “Suicidio político [en Perú], que cerraría para siempre, o por mucho tiempo, la posibilidad del país de recuperar su vieja historia cuando fue, en el pasado prehispánico, cabeza de un imperio que daba de comer a todo el mundo, o en los 300 años coloniales, cuando el virreinato peruano era el más próspero de América. Todo ello para convertirse en un agente al servicio de Cuba y Venezuela”.
Entiendo la dialéctica del izquierdista converso, que suele ser más elocuente y feroz que la opción inversa. Pero si algún especialista consigue confirmar el diagnóstico de marras, estoy dispuesto a matizar mis críticas y, en adelante, tratar a Vargas Llosa como genial enfermo mental.