Cuando escribí estas líneas se desconocían aún los resultados de la votación de ayer; ahora ya se sabe por el conteo rápido, a puerta de casilla, quienes entre los muchos, no sé cuántos candidatos, alcanzarán la votación más alta y, por tanto, el triunfo y quiénes no; pronto, con más certeza que hoy, sabremos quiénes serán las mujeres y los hombres que integrarán la próxima legislatura de la Cámara de Diputados, 300 electos por el sistema de mayoría relativa y 200 más por el principio de representación proporcional.
De quienes terminarán pronto su mandato y de los que lo ejercerán en un cercano futuro, determina la Constitución (artículo 51) que son “representantes de la nación”; esto debe quedar muy claro, no lo son como algunos creen o se siente, ni representantes de sus partidos, ni de sus distritos, ni de sus sectores, mucho menos de los gobernadores de su estado y, todavía menos, del Presidente de la República, que en esta materia propone y argumenta, pero no ordena.
Representan a la nación, al Estado mexicano en su conjunto y responden ante el pueblo, que es el titular de la soberanía nacional. Ser representante de la nación significa que los integrantes del Congreso deberán anteponer el bien común nacional a los bienes sectoriales o locales por legítimos que sean.
Sus funciones son muy variadas e importantes. Algunas de ellas las comparten con el Senado, ya que ambas cámaras, diputados y senadores, integran el Congreso de la Unión; otras atribuciones les son exclusivas; las más trascendentes, históricas y conocidas son aprobar los impuestos, esto es como se lee en la Constitución “imponer contribuciones” y, lo más importante, legislar, aprobar leyes y para ello, elaborar proyectos, discutir los que reciban y participar cuando menos con su voto en su aprobación; tienen también la función política de ser equilibrio de los otros dos poderes, como éstos, a su vez, son equilibrio del Legislativo para evitar abusos y excesos.
La nueva Cámara, sus diputados, son parte también del poder reformador de la Constitución o constituyente permanente, alta responsabilidad que ejercen en colaboración con el Senado, su colegisladora y con los congresos de los estados. Su responsabilidad abarca también otras áreas de la vida pública, pero, para los efectos de esta colaboración a La Jornada, me interesa llamar la atención sobre su función legislativa, que es además por la que se les identifica como primordialmente legisladores.
Hacen, aprueban leyes; las leyes se formulan, se afinan, pulen, redactan; se revisan, corrigen y principalmente se discuten, en lo general y luego en lo particular. Esa es su función primordial; si no hacen eso, como a veces sucede, tienen que ocuparse de gestionar servicios y obras y suben a tribuna, a lo sumo, a proponer “puntos de acuerdo” que sirven para regañar a algún funcionario de otro poder o para llamar la atención sobre algún hecho relevante de la vida nacional.
Se les debe felicitar sea cual fuere el partido que los postuló, por el honor y la responsabilidad que asumen y que deben cumplir con libertad y conscientes de que todos los legisladores son iguales entre sí, “pares”, como a veces se le dice, y no subordinados de sus coordinadores, ni de las cúpulas, ni de las “cocopas”, que sólo deben coordinar y no decidir por ellos.
Respecto de las leyes que esperamos aprueben, labor fundamental para la que fueron elegidos, por la que se les identifica, hago algunos comentarios y reflexiones, tanto para ellos como para los ciudadanos que cada vez son más participativos y más conscientes.
Primero, que las leyes ya son demasiadas; si les diéramos el calificativo de incontables, no estaríamos exagerando; nadie sabe bien cuántas son ni es fácil conocer todas sus modificaciones y correcciones; creo que ni en una oficina de la Suprema Corte, que antaño se denominaba “Recopilación de Leyes” saben bien a bien cuántas leyes hay y en cuál vamos hoy. Al respecto, recuerdo (nuevamente) lo que dijo Tomás Moro, canciller de Enrique VIII: “Las leyes deben ser pocas y claras”.
Que sean pocas, parece imposible, pero es deseable; la vida moderna, los avances tecnológicos exigen constantemente nuevas leyes. Por eso, en Los mandamientos del abogado, Eduardo Couture, nada menos que en el primero, recomienda: “El derecho se trasforma constantemente. Si no sigues sus pasos, serás cada día un poco menos abogado”.
En cuanto a la claridad, lamentablemente las leyes se han vuelto confusas quizá por el apresuramiento de la vida moderna, por los requerimientos políticos, son frecuentes la mala redacción, los errores y aun la falta de sindéresis. En otras legislaturas, recuerdo, a un corrector de estilo, apartidista y muy competente, que sin cambiar el fondo, corregía puntuación, ortografía y errores gramaticales.
Por último, comparto una cita del constitucionalista Felipe Tena Ramírez: “El parlamento es cortesía, tolerancia, discusión política y tradición”.