En 1921, el barrio conocido como Black Wall Street en la ciudad de Tulsa, Oklahoma, fue arrasado por una turba de blancos que vio con recelo cómo los negros desarrollaban un importante centro financiero, comercial y habitacional donde ellos trabajaban y vivían. En un acto de barbarie, fue incendiado y bombardeado desde una avioneta tripulada por uno de los agresores. El número total de víctimas se desconoce, pero hay estimaciones de 300 muertos y 10 mil heridos.
El martes pasado se conmemoraron 100 años de ese aterrador acontecimiento y, con ese motivo, el presidente Joe Biden pronunció un discurso en ese barrio. Reconoció la deuda moral y económica que la nación tiene con sus habitantes por haber ignorado durante años el atroz evento. Se preguntó ¿cómo entender un acto que culminó con la masacre de hombres, mujeres y niños, cuyo único “delito” fue ser negros y construir una comunidad afluente? Un siglo después, la única explicación es la incapacidad de muchos para aceptar la idea de que todos los seres humanos tienen iguales derechos y oportunidades, independientemente de raza, sexo, color y credo. No se reconoció en aquella ominosa ocasión, y desafortunadamente tampoco hoy día. En alguna medida, los abominables eventos de Tulsa se repiten, aunque no en tal magnitud, cuando sin razón se persigue y victima a los negros en los barrios en los que viven, se les discrimina en el trabajo y se les estigmatiza en la sociedad.
Los responsables de aquella masacre consideraron que los valores de Estados Unidos estaban bajo asalto, y no son muy diferentes a los que más recientemente invadieron el capitolio el 16 de enero pasado, los que en 2000 asaltaron el recinto donde se contaban votos en Florida, para evitar que un candidato demócrata llegara a la presidencia ni a los que hace algunos días conspiraron para restringir el derecho al sufragio de millones de ciudadanos, principalmente negros y latinos, en Texas y Georgia, entre otros estados. A quienes aspiran a dejar atrás este nefasto pasado e intentan erradicar esas lacras, sólo les queda preguntar de cuántos Tulsa, Florida o Capitolio más tendrán que ser testigos, antes de que las raíces tan arraigadas de ese “árbol torcido” sean cortadas.