¿Qué bicho aguijoneó a los gerentes empresariales disfrazados de “líderes” del mundo “libre”, “civilizado” y superdesarrollado, congregados en el Grupo de los 7? (G-7), porque a nadie extraña que son ellos –con el de Estados Unidos a la cabeza– los que históricamente no han hecho otra cosa que consolidar y favorecer a los grandes corporativos, en especial a los pulpos trasnacionales, para que, mediante un “coloniaje democrático”, expolien a placer al resto de las naciones. Alguna alimaña les inoculó el veneno “comunista”, sin duda.
A ver cómo reacciona su feligresía ultraderechista cuando se entere de que “los ministros de finanzas de los siete países más ricos del mundo, el G-7, alcanzaron un acuerdo, calificado de histórico, que respalda crear una tasa impositiva mínima mundial de 15 por ciento para las empresas multinacionales (léase trasnacionales) para que éstas paguen más impuestos en los mercados donde venden bienes y servicios. La medida podría constituir la base de un pacto global y recaudar cientos de miles de millones de dólares para las arcas de muchos países que están vacías por la pandemia de Covid-19, mientras los gigantes de Internet se han beneficiado de la crisis” ( La Jornada, agencias Reuters y Afp).
Apenas unos meses atrás la simple idea convulsionó a los dueños del planeta y a sus propios gerentes disfrazados de “líderes”: crear un impuesto especial aplicable a la población más rica del planeta como medida de ayuda para enfrentar las consecuencias económicas de la pandemia, pero ahora son los mismos ministro de Finanzas del G-7 (se supone que avalados por sus respectivos mandatarios) los que consensuaron la creación de la citada tasa impositiva mínima.
Por ejemplo, desde abril de 2020 el presidente argentino, Alberto Fernández, y su ministro de Economía, Martín Guzmán, tomaron como propio el proyecto del diputado Máximo Kirchner, con el fin de crear un impuesto extraordinario para las grandes fortunas (3.5 por ciento al capital que permanezca en el país y hasta 5.3 por ciento al que esté depositado en el extranjero), aplicable sólo a 12 mil argentinos (0.02 por ciento de la población total) para, por única vez, obtener fondos extraordinarios y utilizarlos a paliar el efecto económico de la pandemia. La derecha de aquel país lo calificó de “confiscatorio”, e hizo de todo para impedir que el Congreso aprobara la medida. La retrasó casi un año, pero de nada le sirvió.
Para el caso mexicano, la propuesta que se conoce –presentada por el diputado morenista Alfonso Ramírez Cuellar y que de ahí no ha trascendido– es similar a la argentina: 2 por ciento para fortunas de 20 a mil millones de pesos; 3 por ciento para las de mil a 2 mil millones, y 3.5 por ciento para las que superen esta última cantidad.
Se trata sólo de dos ejemplos, porque existen ejercicios similares en otros países, en donde tardaron más en divulgarse que la derecha en reaccionar de forma ácida e histérica (“viene el comunismo”) y poner a trabajar horas extra a sus cabilderos para cancelar cualquier posibilidad de que esa ideas “exóticas” se llevaran a la práctica.
Pues bien, habrá que ver cómo reacciona esa derecha histérica cuando se entere del convenio alcanzado en el seno del G-7 (“nuestros gerentes nos traicionaron”), el cual pretende “reformar el sistema fiscal mundial a fin de a- daptarlo a la era digital global, según el anunció del ministro británico de Economía, Rishi Sunak. La medida apunta sobre todo a las grandes empresas tecnológicas, muchas de ellas estadunidenses –como Google, Apple y Amazon– que pagan impuestos irrisorios pese a obtener beneficios de incluso cientos de miles de millones de dólares, pues están domiciliadas en países donde la tasa del impuesto de sociedades es muy baja o incluso nula”. Además, “la secretaria estadunidense del Tesoro, Janet Yellen, dijo que este compromiso acabará con la espiral descendente de la fiscalidad de las empresas”.
Las rebanadas del pastel
Habrá que esperar el resultado de uno de los procesos electorales más sucios de la historia comicial del país (y miren que los ha habido), en el que el insulto, el dinero y la descalificación fueron las únicas “ofertas” de los candidatos, mientras el supuesto “árbitro” resultó activo participante a favor de la ultraderecha con careta de Claudio X. González.