En lo que parece el principio del fin de la dramática pandemia, con los millones de vacunas aplicadas urbi et orbi todos los días (salvó en Haití y tantas otras naciones abandonadas), la reunión involuntaria de espectros, sobrevivientes y renacidos para recibir la dosis en el Pepsi Center de la gentrificada colonia Nápoles arroja un saldo estratosférico de viejos nuevos y viejos viejos a una escala pocas veces vista. Por unas cuantas horas de la mañana, la moderna sala de espectáculos se convierte en una reveladora congregación de gente mayor (de 60 en adelante). Forman largas filas, anhelantes, temerosos, inquietos como chavos ingresando a un concierto de rock o a un examen de admisión.
El thrill es intenso pero dura poco. Al abandonar el sitio todos recordarán hasta el último detalle, sobre todo a los jóvenes que les aplicaron la vacuna en el brazo débil, o a los que los pastorearon, tan amables como edecanes de un concierto, aunque mucho más condescendientes, pero de igual manera contratados para tal fin. No son hermanas de la caridad. Como en un parque temático, hay orden y control, y la gente no quiere estorbar; a las edades aquí reunidas lo que menos se desea es servir de estorbo. Para algunos ya es difícil, van en silla de ruedas, se apoyan en bastón o andadera, necesitan asistencia. Para otros más, significa un gran esfuerzo, un susto, una incertidumbre agotadora. Para los que corren y caminan cada mañana, venir a la vacuna resuelve la caminata del día.
Les guste o no, los millares de personas mayores que desfilan hacia la inyección a lo largo de aduanas y filas comparten una misma necesidad vital y una imposibilidad de ver las caras. Difícilmente uno reconoce a alguien o es reconocido. Uno se concentra en resolver bien el trámite, pasar el sobresalto y salir de allí cuanto antes. Pero a nadie escapa el espejo de la edad, el reconocimiento generacional de una banda que va de salida de la existencia. Nadie se hace el joven, nadie hace el ridículo.
Los vestíbulos y la gran pista del Pepsi Center están abarrotados de gente sentada o desfilando camino a la dosis, en ella y después de ella. Despacio, en orden, silenciosos en la frontera del Antes y el Después de la inmunización. Pocos días antes de ésta y también otras concentraciones geriátricas similares, el estadio Azteca convocó a millares de aficionados sin cubrebocas para ver al Cruz Azul romper el hechizo de la derrota; la euforia arrastró a muchos más al Ángel para expandir el relajo con la cara más o menos joven, desnuda y desafiante.
En la actual etapa crepuscular de la pandemia, con semáforos reverdecientes, añadimos un proceso electoral clownesco y a ratos balaceado, con vomitivos comerciales ad nauseam en medios y redes, convocando a una movilización rápida y con cubrebocas obligatorio bajo el signo del descaro de candidatos y candidatas de no-hay-a-cuál-irle de plano.
Curiosas multitudes irresistibles. Aun así hay quienes prefieren abstenerse. Por razones ideológicas, religiosas o de crítica científica, no acuden a los centros de vacunación aunque les cueste la visa. Serán la cuota que quede bajo el manto de la “inmunidad de rebaño”. Por razones ideológicas, apartidarias, de crítica política o mera indiferencia, los que no acudieron a las urnas el domingo se ahorraron otra fila. Ya vacunados sufragaron los adultos mayores, más que los jóvenes, y ahí sí mezclados con la población abierta. No querían perder la oportunidad.
Volviendo a lo del Pepsi Center la semana pasada, el ejército juvenil de animadores y ordenadores agilizaba el tránsito de miles de hombres y mujeres de la terca tercera edad y los veían igualitos. Sólo que alguno hubiera olvidado el papelito de la primera vez o no trajera identificación oficial con foto o no entendiera qué pasaba, podría rimar “viejo” con ya saben qué. A la postre, hasta los más ignorantes o despistados recibieron vacuna y papelito.
Algunas preguntas se respondieron en el teatro Pepsi, otras salieron a la calle como entraron y seguían flotando en las colas, ahora de los estacionamientos. ¿Cuándo toca revacunarse? ¿Qué reacciones voy a tener? ¿Ya voy a poder salir sin miedo?
Pero el alivio, ¡ah el alivio!, eso nadie lo quita. La respuesta inmunológica resulta más importante que cualquier pregunta.