Al multicolor contingente mexicano que ha hecho una causa común en la oposición a la 4T, que enarbola el Presidente de la República y el partido que ganó por abrumadora mayoría las pasadas elecciones, se han sumado con gran entusiasmo quienes todavía podríamos llamar cristeros: herederos o seguidores de aquellos que se levantaron en armas hace casi un siglo en contra del gobierno renovador que emergió de la Revolución Mexicana.
No podía ser de otra manera, pues aunque el perro fue apaleado e incluso traicionado por la jerarquía eclesiástica mexicana, después de haber sido alborotado y hasta patrocinado por ésta, la rabia no ha desaparecido y sus planteamientos fascistas siguen siendo los mismos.
Creo que le hacen un triste favor a la causa que pretenden defender, pues muchos mexicanos, aun entre lo que podría llamarse de “derecha”, no ven con buenos ojos las aguerridas actitudes de cristeros contemporáneos. Aquel desplante de sembrar tiendas de campaña en el Zócalo capitalino o, ante la imposibilidad de hacerlo a caballo, desfilar con tal derroche de furia y tocando, embravecidos y embravecidas, el claxon de sus autos de lujo, consiguió “voltear el chirrión por el palito” en el ánimo de muchas personas y, al parecer, motivar en favor del gobierno, pues presenciaron con repugnancia tal despliegue de riqueza y de prepotencia.
Uno pensaría que tales gritos típicos de los alzados de aquel tiempo, como es el caso del famoso “¡Viva Cristo Rey!”, no se volverían a oír nunca más, pero no fue así.
No digamos en lo que se refiere a los antiguos nidos de cristeros en algunos lugares como los Altos de Jalisco y su vecindario guanajuatense, como San Francisco del Rincón y demás, por donde sugeriría que algunos capos de la 4T se dieran una vueltecita. También en la Ciudad de México, Guadalajara y otros lugares de similar postín no “cantan nada mal las rancheras”.
Vale reconocer los méritos que ha tenido en este despunte del catolicismo más reaccionario la “docena trágica” del PAN (2000-2012) y los tres sexenios panistas del estado de Jalisco, especialmente el de Alberto Cárdenas y el de Emilio González, así como sus similares en Guanajuato, que incluso invirtieron tiempo y dinero en darles nuevas alas. Aunque, vale reconocerlo, no llegaron, ni por mucho, tan lejos como pretendían llegar.
En cambio, sí alcanzaron a llamar la atención de gente sensata que vio con recelo su participación en la campaña antigubernamental e, incluso, prefirieron no involucrarse con ésta ante la posibilidad de que los cristeros vuelvan por sus fueros…
Por otro lado, cabe reconocer que el fanatismo religioso que campeó y fue fomentado por la propia Iglesia católica hace un siglo ha mermado con la creciente educación del pueblo mexicano en el cual, por una razón o por otra, la religiosidad ha menguado con el paso del tiempo y también se ha diversificado con la participación en otros credos, también cristianos pero no católicos y menos imbuidos del aguerrido fanatismo y primitivismo de antaño.