“Soy hija de una diosa.”
La frase de Stéphanie Argerich Blagojevich se escucha en off en contrapunto con una sonata de Chopin.
“Soy hija de un ser sobrenatural que está en contacto con algo que sobrepasa lo que está al alcance del resto de los mortales”, dice la joven cineasta.
El filme se titula Bloody Daughter, y lo rodó Stéphanie en 2012 con materiales que realizó en el momento y pietaje de un archivo monumental que data de cuando siendo niña recibió de regalo de cumpleaños una cámara de cine.
Es un filme intenso, hermoso, un retrato de la intimidad emocional de una familia donde el espíritu femenino ondea en lo más alto.
Hay momentos, además del final, que observamos como si ocurrieran bajo la lluvia: lágrimas en nuestros ojos, de tan valiente, honesto, fidedigno. Tan hermoso. El mejor retrato que se ha filmado de una persona, de un músico, de una leyenda viva: el retrato de su madre, Martha Argerich, una de las más grandes pianistas de la historia entera.
Recomiendo con fervor el filme, Bloody Daughter; está en YouTube. Será una manera hermosa de celebrar el cumpleaños 80 de Martha Argerich, quien nació el 5 de junio de 1941 en Buenos Aires. Día de fiesta mundial: el cumpleaños de una diosa, un ser sobrenatural que está en contacto con algo que sobrepasa lo que está al alcance del resto de los mortales.
Su bondad es tanta, que es capaz de hacernos dioses, como ella, convertirnos en seres sobrenaturales, como ella, y ponernos en contacto con todo aquello que rebasa nuestra condición de ser mortales.
Cada vez que escuchamos a Martha Argerich tocar el piano, nuestro corazón se amerita, diría López Velarde.
En cuanto mece su melena imperceptiblemente y marca el compás de lo que la orquesta sinfónica menea en masa, hace temblar infinitesimalmente su labio superior, cierra los ojos y suelta sus manazas angelicales sobre el teclado, nos convertimos como ella en dioses.
Es tan sabia que ha sabido sobrellevar el costo de ser leyenda y a pesar de eso tener una vida propia. Es tan sabia que ha sabido sortear las trampas de la fe que tiene el mercado de la música, destinado a los pianistas hombres porque las mujeres sólo deben ser leyenda.
La historia de Martha Argerich se parece mucho a la de Clara Wieck y también a la de Nannerl Mozart y también a la de Alma Schindler y también a la de Rosalyn Tureck y también a la de Wanda Landowska, Ingrid Haebler, Monique Haas, pero también a la de Nadia Boulanger y también a la de Fanny Mendelssohn.
Martha Argerich no es esposa de un compositor que pasó a la historia, como fue Clara Wieck, cuyo nombre desapareció con ella y sólo es nombrada Clara Schumann para efectos de mercado.
Clara Wieck sacrificó su fama, fortuna y gloria como pianista internacional para dedicarse a que su marido, Robert Schumann, sí pasara a la historia. Murió en la miseria.
La pianista Alma Schindler fue desposada por Gustav Mahler nada más por la ambición del pobrecito chaparro feo que era el Mahler y quería ser dueño de “la mujer más hermosa de Viena”: Alma Schindler, quien en realidad quería ser compositora, pero el marido la sometió, y con crueldad infinita impidió su carrera de creadora. La redujo a ser su copista.
Las pianistas Rosalyn Tureck, Wanda Landowska, Ingrid Haebler, Monique Hass, son nada más leyendas, aunque Tureck haya grabado una de las mejores versiones de las Variaciones Goldberg de Bach, como hizo también Wanda Landowska, e Ingrid Habler y Monique Haas hayan sido de las mejores intérpretes de Mozart (Habler) y de Debussy (Haas). Quiere la historia, hasta el momento todavía bajo la gobernanza machista, que esos seres excepcionales no luzcan como sí hacen lucir a personajes que no son sino meras figuras de mercado. Baste un ejemplo: Lang Lang.
Fanny Mendelssohn es compositora, fue pianista extraordinaria, pero tuvo un hermano que, aunque buena onda (a él debemos el rescate de un músico que el mundo había olvidado: Johann Sebastian Bach), era hombre: Felix Mendelssohn, y a él corresponde el pedestal, no a ella.
¿En qué se parecen todas ellas a Martha Argerich?
En que son mujeres, son leyendas y enfrentaron destinos difíciles, por ser mujeres en un mundo carnicero, el de la vida de conciertos.
Mencionar a Alma Mahler, Fanny Mendelssohn, Clara Schumann et al. es una manera de hacer notar la grandeza sobrenatural de Martha Argerich: está viva, es feliz, tiene una familia que ama más que a todo en la vida y hoy cumple 80 años en medio del reconocimiento absoluto: de su público, que la amamos, de su familia, que la adora, y, pese a todo, del mismísimo mercado de la música.
La producción discográfica de Martha Argerich es impresionante. Acaba de grabar un disco con música de Ravel y es demoledor por su belleza, precisión, magia y poderío. También grabó recientemente piezas de Prokofiev, una de sus especialidades.
Su amor inalcanzable es Chopin. Stéphanie grabó a su madre, Martha Argerich, en muchas situaciones en Polonia, donde ha viajado muchas veces para interpretar a Chopin. La vemos atravesar la calle café capuchino en mano (ama el café capuchino), con gesto entre temor, inocencia, curiosidad y mucha emoción de estar en la tierra de su “unattainable love”: Chopin.
El filme Bloody Daughter tiene largo pietaje con los pies desnudos de Martha Argerich en primer plano: ella tomando café capuchino en su camarote de tren; ella sentada en el jardín, disertando y a la manera de los yoguis de India, manipulando sus pies. Ella, tan amada, hablando precisamente de sus pies con sus tres hijas, mientras ellas le pintan las uñas de los pies con colores muy bonitos.
Ellas, sus tres hijas: Stéphanie, la autora del filme, hija del pianista suizo Stephen Blagojevich. Annie, hija del director de orquesta canadiense Charles Dutoit. Lyda, hija del director de orquesta chino Chen Liang Sheng.
Cada una tiene vida propia, proyectos formidables, como el inminente estreno de una obra de teatro titulada Who is Clara Wieck?, protagonizada por Annie Argerich. Lyda es violista, madre de un hermoso bebé. Stéphanie es cineasta y tituló su peli Bloody Daughter porque así le dice de cariño su papá, el pianista Stephen Blagojevich, el único de los muchos ex maridos de Martha Argerich que tiene el privilegio de la cercanía con ella, la leyenda que es en realidad un ser humano común y corriente, sencillo y a la vez excepcional.
El filme de Stéphanie Argerich muestra la crudeza de una vida de conciertos: viajes, ensayos cruentos, salas de concierto, soledad, mucha soledad.
Martha Argerich, quien hoy cumple 80 años, ha sabido ser una leyenda y una madre amorosa de tres hijas, quienes han vivido el ajetreo de los viajes sinfín, los nervios de los ensayos y los instantes previos a cada concierto, los momentos de mayor sufrimiento en la vida de Martha Argerich, la leyenda conocida por muchos melómanos frustrados que han comprado boletos para verla en vivo pero ella ha cancelado a última hora porque en los momentos previos al concierto sufre mucho: “No quiero salir a tocar, no quiero, me siento triste, sola, no quiero” (la vemos en uno de esos instantes, captada por la cámara de su hija Stéphanie).
Las vidas de los músicos están muy al alcance de los mercachifles, de los “periódicos” de chismes, de las biografías edulcoradas y adulteradas. El filme Bloody Daughter, de Stéphanie Argerich, en cambio, es uno de los retratos más fieles y conmovedores que se hayan realizado, y por eso vemos a Martha Argerich sufrir, gozar, dolerse, preocuparse, conmoverse en todas sus situaciones cotidianas, pues a través de la cámara de su hija Stéphanie la seguimos en la mayor parte del trayecto de su vida y la vemos entonces decirle a su hija, que no deja de ponerle la cámara de cine a milímetros del rostro: “No me gusta que me filmen así, pero contigo es diferente, porque me permite verte cuando me ves, y me gusta verte tanto, porque te amo”.
Feliz cumpleaños, amada Martha Argerich.