El dramaturgo Ángel Hernández abordó la experiencia de Susan Sontag al montar Esperando a Godot, de Samuel Beckett, en la ciudad sitiada de Sarajevo, en 1993. A continuación, el monólogo “La guerra, el teatro y la espera”, que forma parte de la propuesta escénica Desarmes, el cual interpretará Luisa Huertas en el papel de la primera actriz Inés Fancovic. La obra se transmitirá en las redes sociales de la Comisión de Proyectos Especiales de la UAM.
Habla Inés Fancovic, primera actriz de la compañía de Haris Pasovic.
La guerra como espera de la invisibilidad / La guerra como ejercicio de vacío.
El vacío del sentido. De la pérdida irreversible, de la pérdida del sentido de la espera.
Del dolor.
Del dolor como un ciclorama que se derrumba sobre los restos de este escenario.
El nuestro.
Cicloramas derrumbados por la tristeza.
Días negros.
Compañías teatrales que se conforman solo de actores que saben llorar y, al momento de tener que reír, vuelven al camerino y toman su lugar.
Deus ex machina de la soledad.
Un viejo teatro, que apenas resiste los últimos bombardeos, antes concurrido por largas filas de público que hoy incrementan pavorosamente la cifra de los caídos en esta guerra.
Hubiera sido mejor que vinieran al teatro a que murieran: un vacío que se trata de huir. Hubiera sido mejor que murieran como nosotros, de forma temporal en el teatro: un vacío que se trata de estar prometiendo cosas que uno tiene por cumplir, por ejemplo, dormir bien para presentarse temprano en un ensayo y salir vivo de una función.
Ustedes entienden de eso.
Ustedes entienden de humanidad.
Ustedes entienden esa parte o, por lo menos, lo imaginan.
Tiene que ver con esperar.
¿Ya ven?
El teatro nos ha traído hasta aquí y no podemos hacer mucho para tratar de evitar eso.
Uno hace lo que puede con otras cosas, pero con esto no.
Uno termina por entender el modo de relacionarse con lo imposible.
Hoy he salido del primer ensayo de Esperando a Godot y me he sentido profundamente triste. Camino sobre la biblioteca en ruinas frente al río Miljacka y recupero momentos inquietantes de ese paisaje:
Un grupo de niños apostados frente a un tanque imita la marcha militar de las tropas enemigas, mientras los padres miran incrédulos desde las ventanas de los edificios cercanos y los instan a volver, pero los niños no aceptan. Nacieron sin creer en los padres, en sus nociones de lo bueno y lo malo, y en su idea de paraíso. No aceptan fácil cualquier noción de paraíso, eso es verdad. No saben que existe. A su corta edad, solo han visto la guerra. Luego, los padres entonan un coro de exclamaciones mezcladas con alguna plegaria, cada vez que el tanque avanza un poco más a ellos y, luego, retrocede. Así se mantienen por algún tiempo, hasta que finalmente el tanque pasa por encima de algunos de ellos y se da a la fuga. “Perdió la paciencia”, dice la mujer que está junto a mí, ajustándose las gafas de sol. “Perdió la paciencia. Sólo eso, perdió la paciencia”. En otras palabras, se ha cansado de esperar.
Pienso en el sentido de la espera en Godot. Pienso la espera de Vladimir y Estragón, acobardados frente a una ciudad sitiada por la guerra, como Sarajevo. Como esta Sarajevo que vivimos ahora, mientras intentamos hacer teatro en medio de la muerte. Y pienso en lo que sucederá cuando hayamos perdido, como el conductor de ese tanque que arrasó a los niños, nuestra digna proporción de paciencia.
Me pienso a mí, ejerciendo mi profesión de actriz en medio de un escenario debajo del cual habitan otras presencias de la historia que nos impiden irnos de aquí. Y, entonces, medito que, de alguna manera, debo seguir, como la espera, como el dolor, como el vacío, como la soledad del mundo reunido en esta sala vacía.