Parecía que el vecino del norte había entendido la propuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador acerca de ir a las causas del fenómeno migratorio para convertirlo en una opción y no en una necesidad. Estrategia que supone apoyar a los países expulsores para que transformen las condiciones de dependencia económica y subdesarrollo que generan pobreza, corrupción y mina la posibilidad de desarrollar a cabalidad la democracia, con políticas de inclusión y de bienestar para las poblaciones. Es decir, no hay duda que los estados tienen la obligación y la responsabilidad de propiciar las condiciones para el bienestar de las personas generando educación masiva y gratuita, salud universal y salarios dignos, en primera instancia. Los países bajo condiciones de dependencia, subordinación y asimetría económica, no requieren lo que Washington está proponiendo, ni para México ni para Centroamérica.
El reporte del corresponsal de La Jornada David Brooks el 29 de mayo, simplemente pone “los pelos de punta” acerca de cómo Joe Biden está decidiendo aplicar su propuesta de gasto del Departamento de Estado.
Estados Unidos manifiesta claramente que quiere reafirmar el liderazgo estadunidense “en la promoción de la democracia para contrarrestar el creciente autoritarismo”, pero, si algo se ha demostrado en los últimos años, y no digamos a partir del 6 de enero con la toma del Capitolio en Washington es que, la democracia en ese país está rota, como muchos autores han señalado. La verdad es que la potencia está en peligro de perder la hegemonía, y para detener ese camino que, sin embargo, parece inevitable, su idea es utilizar la región para recuperarla. En ningún momento se plantea qué hacer dentro de Estados Unidos, dónde aplicar los fondos para detener la terrible crisis del aumento de adictos y del crimen organizado. No, lo que pretende es aplicar los fondos para que “México y otras partes del hemisferio occidental los administren y apliquen a diversos programas que incluyen los destinados al combate al narcotráfico, capacitación militar, iniciativas de seguridad incluyendo la migración”, y, lo increíble: enfrentar amenazas de fuerzas malignas.
En realidad lo que quiere Estados Unidos es apoyar la industria militar, a la industria de la guerra, a la industria de las armas, generando “programas de educación y capacitación militar internacional dedicado a fortalecer las alianzas militares y coaliciones internacionales para los objetivos estadunidenses de seguridad nacional y estabilidad regional”.
La propuesta de ir a las causas del fenómeno migratorio, sin duda es el camino correcto, pero no a través de militarizar a la región, de imponer valores y cultura, combatir el narcotráfico en nuestras regiones, incluyendo el combate a las drogas sintéticas fabricadas en México, pero ni una palabra de primero hacerlo en el territorio estadunidense, aplicando una política de salud pública para los adictos y así disminuir la perversa demanda de drogas que tiene a la región sumida en el infierno.
Lo que pretende Joe Biden es “América para los americanos, es decir, para los estadunidenses”, dominar la región para enfrentar la competencia directa de lo que considera son “naciones que no comparten nuestros valores de libertad, democracia y respeto de los derechos humanos” y ejerciendo todo su poder económico y militar para evitar que algún país se le ocurra desviarse como nación de los valores de Estados Unidos, y así enfrentar lo que considera “la influencia maligna de China y Rusia”.
Nuestras regiones lo que requieren es, entre otras cosas, comercio justo como herramienta de cooperación, cambiar las injustas reglas del comercio internacional que consolidan la pobreza y la desigualdad mundial, para que todas las zonas desfavorecidas de Asia, América Latina o África puedan producir bajo los criterios del comercio justo y no para satisfacer a los adictos de Estados Unidos.