Los ingresos públicos derivados de gravar la comida con alto contenido calórico aumentaron 29.3 por ciento respecto del año pasado, pese a la norma de etiquetado vigente desde octubre, la cual busca hacer visibles los riesgos a la salud de consumir algunos de estos productos, muestran datos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
Estos impuestos a comida y bebida ultraprocesadas buscan desincentivar el consumo por ser dañinos a la salud; sin embargo, “no van a tener efectos importantes porque los consumidores se han vuelto dependientes de este tipo de alimentos hipercalóricos”, incluso pueden resultar regresivos para la población de menos ingresos, explicó en entrevista Agustín Rojas Martínez, investigador del Instituto de Investigaciones Económicas (IIEc) de la UNAM.
Detalló que el problema tiene raíces más hondas: el cambio en los patrones de alimentación que trajo la apertura comercial. A partir de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) se inició la escalada en la oferta de productos altamente procesados y cambió la dirección alimentaria con el modelo económico neoliberal. “Estuvimos comprometiendo nuestra política económica y dentro de ella nuestra política alimentaria”, agregó.
Hacienda reportó que por impuestos a los productos no básicos de alta densidad calórica se recaudaron 8 mil 295.1 millones de pesos entre enero y abril de este año, 29.3 más que en 2020. Por bebidas saborizadas ingresaron 9 mil 123.6 millones, 0.8 por ciento más que en el mismo periodo del año pasado y por bebidas energetizantes 59 millones 800 mil pesos, una caída de 58.1 por ciento respecto al año pasado.
En medio de una baja general de 4.6 por ciento anual en los impuestos especiales sobre producción y servicios (IEPS) entre enero y abril; sólo aumentaron los de bebidas saborizadas, los de carbono y los de alimentos procesados con alto contenido calórico.
Rojas Martínez detalló que “la oferta domina sobre las formas de consumo de los mexicanos y, por tanto, aunque pongan etiquetado y una tasa impositiva, se va a seguir consumiendo en esa misma medida. Lo malo es que va a ser una especie de impuesto regresivo porque quienes consumen más son los estratos de ingresos más bajos”.
Explicó que los alimentos rápidos y ultraprocesados implican algo no tan caro y que no consume tanto tiempo de preparación para la gente que debe trabajar. Además de que, con ayuda de las industrias biotecnológica y química, el negocio de alimentos está metiendo sustancias que generan dependencia en el cuerpo humano; así que fundamentar el etiquetado e impuestos en la decisión consciente del consumidor, frente a una “sobreoferta monstruosa”, puede no tener tanto efecto.