Tino Contreras (Chihuahua, 1924) pasa de un tema a otro a la velocidad con la que tocaba el redoblante su querido Gene Krupa, y tal vez la respuesta no corresponda a la pregunta, pero habla de una vida llena de aventuras alrededor del mundo, de su extensísima discografía, con hasta ahora 59 álbumes, en los que proyecta una personalidad polirrítmica única, su capacidad para adaptarse a diferentes estilos y también de crear el suyo.
El sábado 24 de junio de 1961, Contreras tuvo 15 minutos, no de fama, sino para demostrar su habilidad en el Festival de Jazz de Indiana, junto a un cartel que incluyó a Duke Ellington, Cannonball Adderley y a Roland Rashaan Kirk. En una reseña del día siguiente, firmada por Ena Naunton en The Sunday Courier and Press, se menciona que Contreras tuvo más ovaciones que algunos de sus consagrados colegas.
El libro que contiene el vinilo doble de Contreras sobre cómo tocar la batería finaliza diciendo que el momento en que el alumno puede darse por satisfecho es al poder componer y ejecutar su propio solo. La ética de este método de aprendizaje, propia de un estilo musical que rescribía sus reglas año tras año, debe haber influenciado a Tino para componer El quinto sol-Música infinita (1978), que terminó inspirando la edición inglesa del último disco de Tino, La noche de los dioses (2020). Lo explica Mónica, su esposa y biógrafa: “Giles Peterson, locutor de radio de la BBC, compró El quinto sol en Japón. Le llamó la atención porque incluye instrumentos autóctonos y el sonido de arpas microtonales. Es una obra única; le llamó mucha la atención y logró entrevistar a Tino cuando vino a México 15 años después. Hacer una obra con ese tono fue la propuesta de Peterson, un disco de octubre de 2020. Ya había salido la antología Tino y su jazz mexicano (2011). Siempre incluyó ritmos de todo el mundo. En Argentina, Los 5 argentinos grabaron un disco de versiones folklóricas de la obra de Tino. ‘Hay tanta música de Tino en el mundo que la gente desconoce’”. Luego comienza la entrevista con Fortino Contreras González.
–¿Cómo se desarrolló su últi-mo disco?
–El último disco, en mi camino, todavía no existe, faltan unos 500 años. Cuando vas contra el tiempo es que vas bien. Nos pidieron uno para London (la discográfica) y terminaron siendo tres; allá están con unas ganas locas de escuchar un jazz diferente al que ya tienen. Todos los caminos que yo he recorrido, la primera vuelta por Europa me quedé un año y medio sin volver a mi querido país.
–¿Creó una forma mexicana del jazz?
–En el jazz tocas lo que sientes, lo que ves y lo que puedes hacer. Por ejemplo, en Grecia me decían Tino Contreropulus, yo le preguntaba a mi manager: “¿Quién es ese Tino Contreropulus?” Mi padre tenía un grupo, Miguel Contreras y su banda de jazz, de él aprendí esa forma de sentir, de tocar, de tratar al público con respeto; nunca tuve esa osadía de meterme un tequilazo; no he tomado, no he fumado, no he hecho travesuras. Lo mío son las composiciones, no es que uno toca la batería y ya, uno toca a través de la batería, porque el piano y la batería son hermanos. Un buen jazzista completo toca sus obras, no es que le copia a un fulano, tiene que ser uno con sus composiciones el que se presenta.
–¿Cómo fue su viaje buscando ritmos por el mundo?
–No los buscas, los encuentras. Todo el que busca encuentra, every-one. A Buenos Aires fui por dos semanas y me quedé dos años. Allí debuté en el Teatro Nacional y encontré a Carlos Monsiváis, que dijo: “qué bueno que te publiciten así”.
El público de Grecia es muy diferente al francés, donde toqué con Maurice Chevalieur. Él me decía: C’est mexicain, y me pedía abrir el show porque era su invitado. En Turquía escuché y aprendí mucho.
–¿ Qué recuerda sobre compartir escenario con Duke Ellington?
–Que además de Duke se presentó un gran saxofonista, Cannonball Adderley, y que el baterista de Duke en el 61 era el mejor de Estados Unidos. No me daba nervios tocar con Duke, al contrario, nos dimos un gran abrazo. Antes de comenzar, voy subiendo al escenario y advierte: “mexicano, tienes 15 minutos”. Para cuando llegó el tercer numero, en el que yo me suelto en la batería, el público enloqueció. Luego de Adderley conocí a Roland Kirk y me fui de gira con él. Una vez un hombre en Nueva York expresó: ‘primero viene Dios y luego viene el jazz’. Mientras más le das al púbico más vas aprendiendo, adoro la música y nunca voy parar.