Por fin concluye el periodo electoral que nos ha dejado muchas dudas, mucho encono. Es más que obvio el desastre que en la materia se ha visto durante este tiempo. La danza de candidatos, el nacimiento de partidos políticos que morirán con premura, las autoridades electorales insaciables en lo que a dinero corresponde, partidos políticos desfondados en sus principios, sin identidad ideológica y con ejércitos de gestores que no alcanzan el calificativo de políticos, pero que trepan en curules que les permiten un salario cómodo.
El panorama no puede ser peor. Debemos entender que la violencia que generó esta contienda no se inscribe en la lucha ideológica, ni siquiera se le puede considerar como la competencia por imponer una ruta definida al país. No. Se trata sólo de cuestiones financieras.
Quienes compiten –casi todos– miran en la posibilidad de meterse en alguna Cámara, en una alcaldía y principalmente la oportunidad de cambiar o de afianzar su situación financiera. Por eso pueden cometer cualquier barbaridad que les indiquen quienes en realidad mecen la cuna.
Un análisis profundo y agudo de la realidad política del país debe obligar a pensar en una reforma que ataque, desde ya, los fenómenos que han destrozado el sistema de partidos y al quehacer político en general.
¿Es verdad que nuestro país requiere del cúmulo de organismos que valida el Instituto Nacional Electoral porque así lo manda la ley? Pues sí, así lo dice, pero está claro que hoy, más que ayudar a la tan sobada democracia, sólo la confunden, la desacreditan y la hacen sonar como la madre de todas las patrañas que ejercen partidos y autoridades en la materia.
La crisis la reconoce hasta Lorenzo Córdova, pero todos permanecen, por el momento, en su zona de confort mientras la debacle se agudiza frente a los ojos de los creadores de la hecatombe.
Nadie, ni partidos ni autoridades quieren quedarse sin el dinero que aporta el gobierno para mantenerlos, y la amenaza constante es que si no se da ese financiamiento los partidos y los políticos débiles frente a las ambiciones de los particulares sucumbirían ante las tentaciones millonarias, como si eso no existiera en este momento.
Todo mundo sabe, a ciencia y conciencia, que los recursos de los particulares ingresan a las bolsas partidistas, por lo que cortar todo dinero público a los organismos políticos no cambiaría de gran manera la situación si la vigilancia, como la que se hace ahora, se siguiera ejerciendo.
De cualquier manera es muy probable que en algunos partidos, que algún político ya esté pensando en nuevas formas de contienda y de vida política para México. Por lo pronto, es imposible dejar de pensar que la elección que viene ya está aquí, no dejará dudas y nos invitara a hacer una profunda reflexión para que nuestra política deje de ser un desmadre.
De pasadita
Pese a muchas encuestas que dicen lo contrario, la jefa de Gobierno está segura de que la Ciudad de México volverá a rescatar su deseo de ser gobernada desde la izquierda y, sobre todo, está muy confiada en la efectividad de su trabajo.
No obstante, para el tiempo que le resta de gobierno tiene planes y proyectos que habrá de dar a conocer para poner en claro no sólo su vocación de servicio, sino la dirección que adoptó para acompañar a la 4T en el proyecto de cambio que se impulsa desde la Presidencia.
Seguramente habrá muchas sorpresas para beneficio de los capitalinos y ya veremos qué tanto se avanza en la transformación.