Los ánimos políticos están muy tensos. El proceso electoral del próximo domingo alcanza la cúspide entre triquiñuelas, golpes bajos y competir por quiénes arrojan más suciedad a los ventiladores. Todos los partidos políticos, unos más y otros menos, han postulado candidatos de dudosa reputación e identificados más con ambición de obtener beneficios del puesto político que con ensanchar la democratización municipal, estatal y federal.
En cada trinchera partidista pulula el camaleonismo, consistente en mudar de apariencia cromática para adaptarse al nuevo entorno que da cobijo a quienes, sin sonrojarse, andan de saltimbanquis electorales. Éstos no ven contradicción alguna en defender postulados que antes combatían, cuando militaban en otra opción partidaria. Su flexibilidad ideológica da para todo: son políticos líquidos y adquieren la forma del molde que les otorgue amparo.
En el presente contexto político de crispación tienen escaso espacio las ideas y proyectos. Sobran las promesas de soluciones mágicas y ofertas de dádivas para atraerse votantes. Aprovechándose de múltiples carencias que flagelan a los sectores populares, candidatos de todo el espectro partidista reparten tarjetas mediante las que ofrecen becas o servicios que, supuestamente, serán realidades cuando el dadivoso llegue al cargo por el que contiende. No es ilegal hacer promesas con el plástico que solamente vale el material con el cual fue producido, pero es inmoral jugar cínicamente con las esperanzas de la gente recurriendo al chantaje.
En el crispante momento político que vivimos no hay interlocutores, sino, considera cada bando, aviesos contrincantes a quienes solamente les mueve la obtención de prebendas. En la polarización se pierden los matices y se echan por la borda observaciones y aportes que para nada están motivados por la nostalgia de regímenes anteriores ni pretensiones restauracionistas. Obviamente existen intereses y privilegios horadados cuyos beneficiarios todavía no alcanzan a comprender que el amplio apoyo popular al presidente Andrés Manuel López Obrador, incluso en las encuestas levantadas por medios adversos a su gobierno, no fue sólo coyuntural en 2018, sino que permanece al predominar en la mayoría la percepción de que AMLO está desmontando la extensa cadena de abusos y agravios que forjó eslabón a eslabón la casta de las alternancias gubernamentales que tuvieron lugar a partir del año 2000.
Si bien todas las encuestas, con variaciones, reportan alta popularidad de AMLO, también es comprobable que, por la tendencia presidencial a etiquetar las críticas y movilizaciones contra ciertas medidas que ha impulsado como carentes de bases y más bien provocadas por un conservadurismo añorante de épocas recientes, ha resultado en la toma de distancia de personajes y colectivos que tienen trayectorias de haber enfrentado el autoritarismo y los excesos de las gestiones de Fox, Calderón y Peña Nieto.
Hay oposición en algunas comunidades afectadas por el Tren Maya, en sectores del magisterio que consideran no se vislumbran los cambios prometidos en el sistema educativo, desencanto en trabajadores del sector cultural castigados por los recortes presupuestales, colectivos feministas que se movilizan y señalan incomprensión presidencial hacia la violencia estructural que las golpea, profundo malestar en organizaciones de la sociedad civil con historia de lucha por los derechos de distintas minorías y que se consideran agredidas al ser señaladas de prestarse para golpear el proyecto transformador del gobierno. Me parece que AMLO disminuye su capital político en los grupos mencionados al faltarle sensibilidad para sopesar las críticas que están muy lejos de alinearse con la óptica e intereses de las élites que depredaron al país.
La crispación, la abundancia de improperios, no se ha quedado nada más en el terreno de la coprolalia contra los adversarios, ya trascendió a la eliminación física de los contrincantes. Distintos recuentos consignan, de septiembre del año pasado a mayo del presente, el asesinato de entre 80 a casi un centenar de candidatos a puestos de elección popular o funcionarios de distintos niveles de gobierno. La autoría de los homicidios va desde el crimen organizado hasta el interés de algún candidato(a) por eliminar a su adversario más competitivo. ¿Cuáles son los mecanismos/condiciones que hacen crecer la adjetivación ofensiva del antagonista a planificar y perpetrar su muerte? No es cuestión nada más de voluntad, aunque ella es condición primaria, sino que los trágicos ataques se facilitan por el contexto reinante de impunidad y, por tanto, altísima probabilidad de que los homicidios no vayan más allá de las carpetas de investigación.
No se vislumbra disposición a la temperancia, los actores políticos más activos siguen atizando la crispación y, en buena parte de ellos, sí existe más ánimo de revancha que vocación democrática.