Fue un pretendido toque final de la campaña de la oposición contra el gobierno. Arribó, desde la otrora metrópoli financiera inglesa, como un heraldo de la derecha más consolidada. Esta vez con ínfulas de ágora indiscutible, intervencionista y juez implacable. Pocos se atreverían a disputarle la validez que acarrean sus prédicas tras años de ser feroz emisario del mantra neoliberal. Nada más o nada menos que la publicación de mayor reconocimiento entre las élites del conservadurismo imperial: The Economist, una revista con todos los sellos, influencia, “verdades” y premios. Quién desde este lado del mundo se atreve a contestar sus consagrados planteamientos y dictámenes ya célebres. Sólo aquellos que, se sostiene con alegría de vencedores, llevan el sino de la ignorancia, la inconsistencia o el error. O, tal vez, aquellos que han optado por rutas que chocan con la sana “inteligencia” que emana de sus palabras, siempre escritas con la propiedad de los que saben.
Los ecos que deshojan los planteamientos de The Economist no tienen equívocos en sus orígenes: provienen de arrebatadas voces locales. La revista se hace portador de refritos que han lanzado, una y otra vez, los sostenedores de ese modelo acumulador que tanto les redituó. Ahí pueden leerse, a trasmano, lo que han venido difundiendo aquellos que han sido desplazados de las orientaciones decisorias de esta República. Ahí, en esas páginas “santificadas” por los grupos de poder, se pueden desvelar las cotidianas críticas de la cátedra difusiva. Esa, precisamente, que pulió el modelo de pillaje ahora en declive. Habría, de nueva cuenta, que husmear ahí, las emanaciones, llenas de rencor, que dejan escapar algunos de sus más entronizados adalides. Esos que con regularidad escriben en el periódico Reforma y, con pundonor ofendido, en sus ediciones domingueras. Sí, ahí oyen, de nueva cuenta, los señores L. Rubio y Mayer-Serra liberando, una vez más, sus ultimátum al presidente López Obrador. Ese mismo que, según sus sentidos alardes de clarividentes, lleva al país a la dictadura, a la autocracia. “El destructor de instituciones” el patrocinador de proyectos que tanto desprecian como el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas o el aeropuerto de Santa Lucía. Proyectos que se han convertido en los caballitos de sus perdidas batallas que, muy a su pesar, llevan avanzada construcción.
A esos creativos y magnos programas, que son sus pesadillas y resumen sus prédicas diarias, les suman ahora otro hecho relevante: la compra de la mitad accionaria de la refinería de Deer Park, en costas texanas. Ahora será cien por ciento de Pemex y en ruta de constituirse en instrumento adicional para la integración energética. Una adquisición, tal y como habían predicado con insistencia hacer: comprar alguna de las muchas refinerías en venta por el vasto mundo. Pero ahora, que se hace sin sus consejos y sí con sus alocada condena, será nuevo caballo de sus inveterados pleitos. Se les une, de inmediato, la adormecida calificadora Moody’s, alquilada por la Royal Dutch Shell, para encontrarle el lado cojo: deuda e instalaciones viejas. Habrá que decirles algo que les dolerá. Esta compra significa varios logros para AMLO y su gobierno nacional. Uno es fortificar su política de independencia energética. Adelantar la fecha de la autosuficiencia mexicana en petrolíferos, es otro punto destacable de esta compra de las instalaciones. Se alegará que surtir de crudo y traer gasolinas afectará tanto las cuentas de la balanza comercial como la de pagos y tendrán algo de razón. Las afectará para bien del país. De pronto, pero esperados, salen a relucir amplios desplegados de abajo firmantes llamando al voto contra Morena. Lo basan en sus miedos a que AMLO guía al país a una tiranía y, por tanto, estos personajes, se envuelven en la democracia y libertades en inminente riesgo. En su alegato, dan por hechos los trillados supuestos de que, después de repetirlos hasta el hastío, se han insertado en sus malos sueños: caprichos, demagogia, centralización, autocracia que hay urgencia de expulsar. Hay que decir, una vez más, los electores sabrán responder, con sufragios libres, de nueva cuenta.
El llamado opositor a los ciudadanos, para que usen su voto estratégico, no lleva, alegan como propósito, retornar al modelo de acumulación desmedida, sino a profundizar la democracia. Pero los beneficiarios de esa plegaria se conocen bien. Mostraron sus ambiciones, atracos y complicidades durante suficiente tiempo. Forman una triple alianza de avezados simuladores claudicantes. Entonces, serán ellos –si logran detener el cambio– los que conduzcan a esta atribulada nación de regreso a ese frustrante pasado. Los mexicanos no harán caso a tales prédicas de los alarmados notables que disparan sus salvas, atrincherados en desplegados.