El semanario inglés The Economist, recientemente de moda entre nosotros, desde su fundación en 1843 ha estado del lado de la derecha económica más rancia y es vocero de la aristocracia financiera imperialista. Podríamos poner un montón de ejemplos, pero mi amigo Alberto Pérez Scholley (en twitter @Betopilas) me puso sobre la pista de un clásico:
El 18 brumario de Luis Bonaparte, de Carlos Marx, es una obra maestra del análisis político que exhibió los intereses económicos detrás de las interminables alharacas y disputas de los partidos políticos franceses en la coyuntura de 1848-1851. Es un antecedente directo de la escuela historiográfica francesa de los Annales: Marx exhibe las poderosas corrientes económicas y sociales que empujan la historia debajo de la agitada superficie de las polémicas, violencias y sombrerazos de la agitación política.
Pero vayamos al punto de hoy. Marx analiza con cuidado a un actor central: la “aristocracia financiera” y a sus personeros y voceros, entre los que destaca uno: “La posición de la aristocracia financiera la pinta del modo más palmario una cita tomada de su órgano europeo, The Economist de Londres” (las cursivas son mías), que publicó: “Por todas partes hemos podido comprobar que Francia exige ante todo tranquilidad. El presidente lo declara en su mensaje a la Asamblea Legislativa, la tribuna nacional le hace eco, los periódicos lo aseguran, se proclama desde el púlpito, lo demuestran la sensibilidad de los valores del Estado ante la menor perspectiva de desorden y su firmeza tan pronto como triunfa el poder ejecutivo […] En todas las bolsas de Europa se reconoce ahora al presidente como el guardián del orden”.
Por tanto (dice Marx), la aristocracia financiera condenaba la lucha parlamentaria del Partido del Orden contra el poder ejecutivo como una alteración del orden y festejaba todos los triunfos del presidente sobre los supuestos representantes de ella como un triunfo del orden.
El presidente era Luis Bonaparte, un aventurero sin más mérito que su apellido. Más adelante, Marx define: “Por aristocracia financiera hay que entender aquí no sólo los grandes empresarios de los empréstitos y los especuladores en valores del Estado, cuyos intereses coinciden, por razones bien comprensibles, con los del poder público. Todo el moderno negocio pecuniario, toda la economía bancaria, se halla entretejida del modo más íntimo con el crédito público”. Y muestra cómo ese gran capital está intrínsecamente conectado con los negocios y los intereses del Estado.
Marx explica que a la aristocracia financiera y a la gran burguesía no les importa otra cosa que el orden, pero sólo si ese orden es propicio para sus negocios y maquinaciones (el análisis de esa aristocracia muestra también que todo capitalismo es lo que algunos despistados dicen hoy “capitalismo de cuates”). Se llenan la boca con la palabra “democracia” a condición de que la democracia sea sólo alharaca, agitación política de la superficie, mientras ellos sigan dominando las grandes corrientes económicas, los grandes negocios y sus pingües beneficios. Si la democracia amenaza sus negocios hechos a la sombra del Estado (o si tiende una vaga sombra de amenaza), entonces se vuelven abiertamente antidemocráticos:
“Me remito, por ejemplo, al mismo The Economist, que todavía el 29 de noviembre de 1851, es decir, cuatro días antes del golpe de Estado, presentaba a Bonaparte como el “guardián del orden” y a los Thiers y Berryer como ‘anarquistas’, y que el 27 de diciembre de 1851, cuando ya Bonaparte había reducido a la tranquilidad a aquellos anarquistas, clama acerca de la traición cometida por las ‘ignorantes, incultas y estúpidas masas proletarias contra el ingenio, los conocimientos, la disciplina, la influencia espiritual, los recursos intelectuales y el peso moral de las capas medias y elevadas de la sociedad’”.
Adolphe Thiers había sido el vocero del capital, hasta que éste decide sacrificar la democracia parlamentaria. El gran capital en todas sus manifestaciones, en Francia y fuera de Francia ( The Economist desde Londres y “los politicastros y majaderos ideológicos alemanes”), apoya el golpe de Estado (el 18 brumario, en alusión al golpe de Estado de su tío Napoleón, en 1799) de Luis Bonaparte.
¿Puede extrañar la actual posición de The Economist sobre México? Es la misma que ha mantenido por más de siglo y medio ante cualquier sombra de amenaza a los intereses de la aristocracia financiera. ¿Puede extrañar que los voceros locales del gran capital festejen que a nuestra patria se le llame “patio trasero” y que aplaudan los llamados a que intervenga el imperio en nuestro país? No, no tienen ni patria, ni vocación democrática ni nunca la han tenido.
Pd. Respaldo la exigencia de Óscar de Pablo (en Twitter @OscarDelDiablo) para cambiar el nombre de la calle Thiers, el carnicero, el asesino en masa de la Comuna de París.
Twitter: @Sangines_Pedro