El estratega de la mezcolanza de empresarios y partidos antiobradoristas, Claudio X. González, no guardó más la compostura y llamó a los ciudadanos mexicanos a “mandar al carajo a Morena”. Ha de suponerse que la recurrencia del activista X a la malsonancia del vocablo “carajo” va en la misma línea de simulación lingüística populachera que días atrás dio sus cinco minutos de fama adversa a un articulista, Eduardo Caccia, que se hizo llamar El Cachas.
La carajada de El Claudio se produjo en el Parque Lincoln, de la colonia Polanco de la Ciudad de México, un rumbo de pompa donde Margarita Zavala Gómez del Campo realizó un acto de campaña con la asistencia de unas 200 personas. En realidad, no es preocupante para Zavala que haya poca gente en sus reuniones públicas, pues es candidata de mayoría relativa y, al mismo tiempo, va en lugar de privilegio en las listas plurinominales, así que será diputada federal por una u otra vía. Así fue la negociación con el PAN.
Zavala Gómez del Campo tiene un discurso limitado y una pronunciación defectuosa, pero repite con entusiasmo el guion tremendista que postula la trinidad del pasado (PAN, PRI y PRD), con la peregrina intención de asumirse como “salvadores de la Patria”, que antes hundieron: la elección del próximo domingo será entre “democracia o dictadura”, argumenta la coalición acuaceitosa (vocablo habilitado en esta columna para tratar de dar cuenta del insólito coctel de agua y aceite llamado “Va por México”).
La torpe elaboración intelectual, que supone posible poner a votación una dictadura y que ésta acepte los resultados si le son adversos, cuando las dictaduras por definición abaten los mecanismos institucionales de democracia o sus aproximaciones, suena a aberración en labios de priístas que mantuvieron al país durante décadas en formas de autoritarismo con mínimo disfraz, o de panistas que traicionaron el barrunto de democracia (Vicente Fox y el fraudulento Felipe Calderón, luego salidos ambos a medias de las filas blanquiazules) y gobernaron entre corrupción y muerte (sobre todo, en este último rubro, el esposo de Margarita Zavala), y de perredistas que terminaron como paleros del sistema, convidados para convalidar, convenencieros por sistema.
La elección del domingo siguiente será, ciertamente, entre dos proyectos de nación. Enunciar esta dicotomía es mucho más fácil que entrar al detalle de sus contradicciones. La sustancia es más fácilmente percibible que sus giros y procesos.
Sí: es la lucha entre un proyecto popular de cambio que ha encabezado el candidato presidencial con más votación a su favor en la historia del país y el conjunto de intereses afectados, que ahora se unen en un núcleo provisional de un amasijo empresarial y partidista.
Pero ni uno ni otro bando han logrado definir con claridad sus propuestas e incluso han cometido errores o mostrado tendencias contrarias a sus postulados: Morena, con Mario Delgado como responsable histórico, ha montado en candidaturas “del cambio” a personajes impresentables, como si buscase rehabilitar en sus filas supuestamente regeneradoras a un muestrario museístico. Los opositores, a su vez, no han hecho autocrítica ni han pedido perdón a la sociedad por el daño que aún recientemente han hecho y, con displicencia, se ofrecen como alternativa médica de las enfermedades y lesiones graves que causaron a la nación.
En esos terrenos de fácil enunciación teórica y difícil aplicación práctica se mueve el criterio votante que el próximo domingo llegará a las urnas. Encuestas, discursos, declaraciones, declinaciones, reacomodos, judicializaciones, amago de anulaciones, pandemia a la baja, pero aún no controlada, y violencia política selectiva forman el contexto general rumbo al momento de emitir el voto. Más lo que se acumule en estos días. ¡Hasta mañana!
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