Desde hace décadas se viene practicando el asesinato simbólico permanente de Cuba y su revolución por parte de los grandes medios cartelizados. El gran pecado de la isla, a ojos de estos sicarios de la palabra, es y será intentar construir un orden social diferente al que prima en el mundo contemporáneo. El principal peligro de Cuba reside en el ejemplo.
El proceso político cubano echa raíces en una hermosa y compleja simbiosis, donde los ideales de soberanía y justicia social que conforman el proyecto de nación del siglo XIX y que tienen en la figura de Martí una de sus expresiones cimeras, encuentran su forma política y definitiva realización en la práctica socialista emanada del triunfo revolucionario de enero de 1959.
Los símbolos que sustentan a la nación cubana tienen un doble sentido revolucionario: el sentido independentista y liberal decimonónico y el nacional y socialista del siglo XX. Ambos sentidos se complementan y entre ambos procesos revolucionarios, como un puente nutricio, se yergue la práctica vital de figuras como Mella, Villena, Guiteras, Fidel, etc, en cuyo pensamiento y acción halló su relaboración revolucionaria el proyecto de país que se había frustrado con la invasión gringa de 1898 y la posterior sujeción política y económica, como resultado de la penetración de los capitales norteños y de la alevosa Enmienda Platt, que daba al poderoso vecino el derecho de intervenir en la isla siempre que lo considerase necesario.
En este doble carácter de los símbolos de la nación cubana está uno de los espacios de disputa. El anticomunismo rescata los símbolos del XIX en lo que más tienen de liberales y desconoce ese continuo de aspiraciones éticas que Cintio Vitier describiera tan bien en su libro Ese sol del mundo moral y que dotan de un sentido unitario a la totalidad de la práctica y aspiraciones revolucionarias de Cuba.
Pero también se confrontan las dos Cubas, la de antes y después del 59, presentando a la primera como el paraíso de opulencia que era sólo para unos pocos y a la segunda como la imagen de destrucción y ruinas que no es.
Para construir esta narrativa, apelan a actores de la contrarrevolución que pudiéramos denominar como “tradicionales”, pero también a nuevos operadores, orientados a sectores poblacionales donde la crisis económica, la ideología liberal emergente y determinados errores cometidos en la práctica política han creado estados de ánimo aprovechables como parte de agendas de subversión.
El trabajo con jóvenes, el ataque sostenido en contra de la cultura y su institucionalidad, la conciencia mayor de las fechas históricas y su simbolismo demuestran un trabajo más cuidadoso a la hora de construir la narrativa de la subversión.
Este asalto simbólico cuenta, en el escenario cubano actual, con una importante herramienta: las redes sociales, fundamentalmente Facebook, donde están actualmente más de 70 por ciento de los internautas cubanos. Esta red, siguiendo matrices claramente ideológicas, visibiliza y refuerza determinados contenidos, mientras que aísla otros y bloquea o cierra arbitrariamente cuentas y contenidos que de alguna forma refuercen la posición simbólica de la revolución cubana. Así ha sido, durante mucho tiempo, con la información relativa a los candidatos vacunales cubanos o con la cuenta de importantes sitios de noticias de la isla, como Cubadebate.
Detrás de todos estos procesos de subversión práctica y simbólica del orden establecido, están los intereses del gran capital estadunidense. Cuba representa un doble reto para el imperialismo: haber roto con su dominación y demostrar que, a pesar de la creciente hostilidad, se puede avanzar en la construcción de una sociedad más justa.
Dar la batalla simbólica para la nación en esta circunstancias implica ante todo la claridad de que construir un proyecto social alternativo al capitalismo requiere de un constante esfuerzo educativo para lograr que las personas comprendan e interactúen socialmente sobre una lógica nueva. Es preciso, como apuntaba el Che Guevara, a la vez que se construyen nuevas relaciones de producción, ir formando un hombre nuevo, donde el estímulo material y el individualismo ya no sean los principales motores de su práctica social. Es una tarea difícil, pero no imposible.
Es preciso también comprender el proceso necesario de renovar y visitar los símbolos. Estos no son piedra fría, sino que son la savia en la cual se reflejan, nutren y crecen los proyectos de los seres humanos. Los cubanos somos, como todos los pueblos, una gran mezcla de pasado, presente y futuro. Hoy la Cuba simbólica es tanto Martí y Fidel, como los pequeños bulbos de Soberana y Abdala.
* Periodista, escritor e investigador cubano.
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