Con el regreso a la normalidad, todavía acotada, en las salas de cine en espacios públicos, se verifica un incremento en la oferta de un cine comercial predominantemente hollywoodense. Amplios sectores del público, habituados durante la pandemia a frecuentar las plataformas digitales, han tenido un menú de opciones de entretenimiento más amplio y variado de lo que suele reconocerse. En ocasiones ha podido verse en esas plataformas un cine mexicano que con dificultades podía sobrevivir más de una semana en la exhibición normal. También ha sido posible apreciar numerosos cortometrajes, documentales y curadurías de festivales internacionales que tampoco tenían un acomodo consistente en las carteleras. El esperado regreso a una normalidad con semáforos más permisivos, debería ser la ocasión para preguntarse qué espacios nuevos podría ahora conquistar un cine mexicano independiente que en estos momentos está prácticamente ausente en las grandes salas del duopolio Cinépolis y Cinemex. Ciertamente estas cadenas exhibidoras han proyectado en el pasado películas de realizadores jóvenes, lo cual ha sido un estímulo, pero es justo reconocer que dicho apoyo resulta insuficiente considerando que ese cine independiente ha sido uno de los sectores más duramente golpeados por la pandemia en México y en otras partes del mundo.
¿Sería excesivo pedir que mediante un apoyo real, no sólo declarativo, a ese cine mexicano, la inciativa privada pudiera retomar el impulso que actualmente brinda la Cineteca Nacional a muchas películas independientes? A casi tres años del nuevo gobierno de la 4T, no se ha manifestado la voluntad clara, enérgica, de ajustar los tiempos de pantalla del cine nacional, corregir las deficiencias en el terreno de la distribución, y poner un coto razonable al fuerte desequilibrio que supone la hegemonia de películas extranjeras en las salas más frecuentadas. Tómese como simple punto de comparación la nula presencia de ese cine mexicano en las salas comerciales, y el hecho, verificable hoy, de que en un sólo día la Cineteca Nacional esté proyectando diez títulos nacionales con buena respuesta por parte de un público joven cuya diversidad e inquietudes en materia de entretenimiento, la iniciativa privada parece no registrar y, mucho menos, tomar en cuenta.
Considérese la variedad e interés de las propuestas nacionales en dicho espacio alternativo. Una película muy esperada, Los paisajes (2017), de Rodrigo Cervantes con guion suyo y de Santiago Mohar Volkow, es un agudo señalamiento de los vicios morales de una clase privilegiada experta en acomodarse sin reparos a la corrupción e impunidad que prevalecen en México. La paloma y el lobo (2019), de Carlos Lenin Treviño, con guion suyo y de Jorge Guerrero Zotano, es el relato claustrofóbico de una relación amorosa que procura, prodigándose mutuamente toda la ternura posible, sobreponerse a la explotación laboral o al angustiante recuerdo de un secuestro y una tortura. Ayer maravilla fui (2017), de Gabriel Mariño, propuesta sobre las insólitas metamorfosis de un cuerpo, es un relato novedoso e inventivo que rompe con las inercias de la representación de género. Un punto fuerte en la filmografía del director de Un mundo secreto (2012). Dos cintas irreverentes y taimadas: La fiera y la fiesta, de Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas, homenaje a J.L. Jorge, un cineasta desaparecido, personaje excéntrico y alma de las noches parisinas en los años 80, evocado por medio de la crónica estrambótica de un rodaje; y El diablo entre las piernas (2018), de Arturo Ripstein, vitriólico recuento de la relación tormentosa de dos personas maduras para quienes la edad avanzada no es obstáculo de talla para seguir disfrutando el sexo, la revancha, y el placer del hostigamiento mutuo –la reivindicación de una “vejez intranquila”. La diosa del asfalto (2019) refrenda el sorprendente vuelco narrativo de Julián Hernández hacia asuntos alejados de su filmografía anterior: un tono ríspido, desprovisto de sentimentalismo, en la descripción del clima violento de una barriada proletaria de los años 80 que ahora tiene como protagonistas a una pandilla de mujeres castradoras. En el resto de la programación hay títulos muy interesantes: La mami (2019), de Laura Herrero Garvín, Llévame contigo (2016), de Micaela Rueda, y Notas para no olvidar (2018), de Hatuey Viveros, así como una pequeña joya del cine documental, A morir a los desiertos (2017), de Marta Ferrer, sobre el oficio crepuscular de los cantantes del cardenche en el desierto norte de México. Estas últimas cintas serán objeto de una reseña en próximas entregas.
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