Hoy que se festeja a los Fernandos, vamos a recordar lo que platicamos en una antigua crónica: se conmemora al prolífico rey castellano Fernando III, quien en la primera mitad del siglo XIII procreó 10 hijos con la princesa Beatriz. Con el rey Alfonso, su padre, se alió para expulsar a los moros de España. Hombre de cultura, fundó la Universidad de Salamanca, ordenó la construcción de la catedral de Burgos y reformó el código de leyes canónicas. Fue canonizado en 1671 y es el patrono de los ingenieros, los magistrados y de la paternidad.
En la Ciudad de México, el santo varón fue honrado por los franciscanos con el Colegio Apostólico de San Fernando, fundado por ocho misioneros que llegaron en 1730 del Colegio de Propaganda Fide, de Querétaro. Tras obtener la autorización del virrey Revillagigedo, adquirieron una casa cerca del hospital San Hipólito. De ese lugar salieron frailes insignes como Junípero Serra y Francisco Palou, civilizadores del noroeste y creadores de las misiones californianas.
Esto no es hazaña menor, quienes hayan visitado la misiones de la Sierra Gorda de Querétaro, auténticas alhajas coloridas de piedra y argamasa, no pueden dejar de admirarse al pensar cómo esos hombres llegaron hasta esas regiones abruptas, que aun hoy son de acceso complicado, y crearon esas maravillas, tanto desde el punto de vista humano como artístico. En una visita privilegiada hace unos años para asistir a unas conferencias que impartió Miguel León Portilla en alguna misión, nos enteramos por su compañera de vida, la también gran historiadora Chonita, que durante todo su recorrido, fray Junípero tenía en la pierna una llaga que nunca le cicatrizó.
Continuando con la historia, los religiosos levantaron a un lado un templo y un panteón que a mediados del siglo XIX fue elegido por el gobierno para depositar los restos de hombres ilustres. Aquí está sepultado Benito Juárez en un elegante y lujoso monumento de mármol italiano.
La fachada del templo está recubierta de tezontle, ornamentado con una portada de cantera con exuberante labrado. Tiene cuatro columnas con estrías en zigzag y cuatro pilastras de estilo estípite con los apóstoles esculpidos; varios nichos albergan esculturas de santos. Un gran relieve muestra al rey Fernando rodeado por infieles y ángeles. Remata el conjunto un óculo octagonal flanqueado por dos medallones. Un sencillo campanario de una sola torre remata el armónico conjunto.
El interior perdió los altares barrocos que lo adornaban y la magnífica sillería del coro, tallada en madera, que se conserva en la Basílica de Guadalupe. Permanece el bello púlpito ornamentado con medallones que muestran efigies de franciscanos ilustres. Quedan algunas buenas pinturas, una hermosa puerta labrada que comunica con el presbiterio y un lavabo de piedra con azulejos poblanos.
Enfrente de la iglesia y el cementerio se encuentra una encantadora plaza, profusamente arbolada con grandes fresnos, que antiguamente fue el atrio, que como era usual servía también de panteón. Esto fue prohibido en 1836, razón por la que lo franciscanos edificaron el que ahora aloja al Benemérito. En el centro de la plaza se levanta una escultura del general Vicente Guerrero realizada en 1867 por el escultor Miguel Noreña.
A unas cuadras, frente a la Alameda, en el Hotel Hilton, se encuentra el restaurante El Cardenal, que ofrece la que posiblemente es la mejor comida mexicana de la ciudad. Recordemos que tienen su ranchito con vacas de registro, por lo que los quesos, natas y crema son frescos y de sabor incomparable. También hacen su chocolate y nixtamalizan el maíz para tener “tortillas de seda”, como decía el fundador, don Jesús Briz.
Para desayunar lo reciben con una charola de pan dulce calientito, recién horneado ahí mismo. El acompañante perfecto: un plato de nata. De inmediato aparece el mesero con una jarra de chocolate con molinillo para espumarlo; toda una experiencia para el paladar. Después viene el dilema de qué ordenar, pues todo se antoja. Optamos por huevos con chinicuiles y crepas de huitlacoche, ¡suculentos!