A su llegada a la ciudad de Nueva York, en 1927, el pintor José Clemente Orozco escribió a su esposa: “Esta ciudad increíble, parque de diversiones y a la vez monstruosidad creciente, ha cambiado mucho desde la última vez que estuve aquí hace ocho años”.
La reflexión de Orozco habla de las exuberantes transformaciones culturales en la era del jazz en Nueva York. Coleccionistas y galeristas comenzaron a financiar y a brindar comodidades a los artistas de vanguardia. Y éstos, junto con intelectuales y activistas sociales, establecieron sitios que servían de plataformas para dar a conocer sus trabajos y divulgar sus ideas.
El paisaje urbano era tema de los artistas de entonces. La ciudad era imán y musa, y el barrio afroamericano de Harlem, tema recurrente por la explosión social, musical y cultural, pero también por la discriminación y la pobreza.
Hoy, Nueva York retoma lentamente su pulso de vida luego de un año de encierro virtual por la pandemia, que dejó miles de muertos y en quiebra a incontables negocios. Que obligó al cierre de cines, teatros, salas de conciertos, ópera y ballet; de galerías de arte y de museos, atestados en tiempos normales por millones de turistas.
La urbe que Orozco visitó hace casi un siglo es ahora una donde impuso su ley el gran capital inmobiliario con rascacielos cada vez más sofisticados, auténticas fortalezas para familias multimillonarias y corporaciones trasnacionales. Sin embargo, los espacios para disfrute social han aumentado.
Sin el turismo masivo, la Gran Manzana es más disfrutable, en especial los museos, que ofrecen atractivas novedades. Por ejemplo, el de Arte Moderno, nos presenta en seis salas temáticas la ciudad de hace un siglo por medio de fotos: la obra pictórica, el cine, la arquitectura, el diseño y los medios de comunicación.
En la primera sala destaca una obra poco conocida del consagrado fotógrafo Walker Evans. Data de 1929; otra más, igualmente importante, de James van der Zee; un óleo de 1927 de Georgia O’Keeffe, en el que expresa la transición que tuvo su obra del naturalismo, entonces de moda, al abstraccionismo. Una escultura en piedra y mármol de John Storrs y un dibujo de Aaron Douglas para el clásico libro Los trombones de Dios: siete sermones negros en verso, escrito en 1926 por James Weldon Johnson. El arte en todas sus expresiones retorna a la Gran Manzana.