La elección que se avecina tiene una gran cantidad de elementos para que quede con una marca especial en la historia de la democracia a la mexicana, pero un factor sobresaliente que seguramente será motivo de análisis y estudios es lo que bien podríamos llamar la opción partidista nula.
Aunque proliferan porque son un muy buen negocio, los partidos políticos, todos, y sus candidatos, no ofrecen nada diferente a lo que hemos escuchado durante décadas y seguimos escuchando. Las ofertas de gobierno parecen emanar de organizaciones personales que nada tienen qué ver con los principios que dan vida a las organizaciones que los proponen como candidatos, y aunque todas van en la misma dirección –diferenciadas apenas por matices de narrativa–, sus compromisos –los de los candidatos– también viajan por destinos que ignoran el trazo inicial del partido; es decir, vivimos, como expresó alguna vez en uno de sus ensayos José Revueltas, “una democracia bárbara”.
Total, para decirlo de manera rápida, “ni a quién irle”. Pero hay más, y es que en esta jornada electoral se pelea el rumbo político que deberá tomar el país y en esa contienda los intereses de los grupos de la derecha más conservadora y los del Estado mexicano, representados de alguna forma en los partidos políticos, han entrado en una fase beligerante, cuyo final, como ya apuntamos, tendrá que definir algunas páginas, tal vez decisivas, del futuro inmediato del país.
Como se ve, aunque la única forma pacífica de señalar rumbos es la elección, todo indica que es hora de poner orden y redefinir las causas y cauces de cada organización partidista.
La vocación de derecha del PRI y el PRD, y desde luego del PAN, no deberían significar el amasijo, la mezcolanza que confunde a muchos y que es hazmerreír de otros, y más allá del negocio, aliarse para construir una opción de derecha definida que sí fuera una opción para el votante.
Con ellos, también por vocación, el PES y el Movimiento Ciudadano completarían el cuadro, porque si no hay un acuerdo rápido para hacer realidad la alianza que hoy sólo significa, en términos partidistas, seguir en la nómina, habrá quien tome las banderas de la derecha –el no al aborto que abandonó el PAN, por ejemplo– y sume a la gente que ya no está representada por la alianza-mezcolanza. En eso está el PES, que busca darle la puntilla al PAN y a sus compinches.
La solución deberá venir desde los propios partidos, porque sería imposible pedir a la autoridad electoral, tan ocupada en otros pleitos, que fije reglas para que no se permitieran las alianzas entre quienes manifiestan, en su declaración de principios, diferencias abismales porque confunden al votante y no dan certeza del rumbo que podría tomar un frente partidista amorfo.
Para eso no sirve el INE ni su cúpula dirigente, porque más que la autoridad, hoy el organismo juega casi como otro partido político contrario al régimen y su actuar incide, desde luego, en la decisión que deberá tomar el ciudadano al momento del voto. Cuidado.
De pasadita
Y por si todo esto no fuera suficiente, la violencia en este periodo electoral nos ha mostrado rostros diferentes. Lo mismo nos encara con la participación abierta del crimen organizado que busca palancas de control desde los órganos de decisión de gobierno que nos habla de profundizar las disputas por intereses que no sólo pretenden ganancias económicas, sino que atienden a posturas políticas que quieren aprovechar el clima violento para cancelar el ejercicio democrático de la elección.
Así pues, si ya se tiene en claro cuáles son los cárteles que buscan apoderarse de las candidaturas en algunos partidos, las otras intenciones también tienen nombre, apellido y lugar de residencia. ¿Ya lo adivinó?