Moscú. El gobierno de Bielorrusia se volcó ayer a demostrar al mundo que nada tuvo que ver con el aterrizaje de un avión comercial europeo en Minsk, salvo su preocupación por salvar la vida de los pasajeros ante un inminente atentado, y que la detención del disidente Roman Protasevich y de su novia rusa, Sofia Sapega, que literalmente cayeron en suelo bielorruso por casualidad como regalo divino, obedece a que ambos son unos peligrosos delincuentes que serán juzgados con todo el rigor de la ley.
Con la torpeza que caracteriza el régimen de Aleksandr Lukashenko –cuando no se trata de una simple maniobra de distracción que pretende ocultar, lo que muchos observadores califican de cinismo–, un día después de que la organización armada palestina Hamas desmintió cualquier vínculo con una supuesta amenaza de bomba, difundió como “prueba concluyente” fragmentos de la conversación en inglés del piloto del avión de Ryanair con los controladores aéreos en Minsk.
Según esta grabación incompleta, los controladores informaron al capitán de la nave, ya en el espacio aéreo bielorruso, que acaban de recibir un correo electrónico de “soldados de Hamas” que amenazaban con “volar el avión de Ryanair sobre la capital lituana, Vilnius, si la Unión Europea seguía apoyando a Israel (el atónito capitán dio crédito a la información, a pesar de que ya se había alcanzado un alto el fuego)”.
Al aparecer en ese contexto un cazabombardero Mig-29, el vuelo de la compañía irlandesa no tuvo alternativa, como medida de precaución, que seguir la ruta trazada hasta el aeropuerto de Minsk.
Tampoco son muy convincentes los fragmentos del interrogatorio de Protasevich, filtrados a Internet a través de canales afines al gobierno bielorruso, en que el detenido –con visibles huellas del trato poco amistoso recibido en el rostro– declara que no tiene problemas de salud, desmintiendo el rumor de que había sido hospitalizado por una afección cardiaca, y “rinde testimonio (de sus delitos)”.
De igual manera, el gobierno de Lukashenko decidió quitarse la presión de las autoridades de Rusia, que se vieron obligadas a reconocer que carecían de información sobre la detención de la novia de Protasevich, y lo hizo filtrando fragmentos de su interrogatorio.
En ellos, Sofia Sapega, joven estudiante de la Universidad de Vilnius, afirma que trabajaba como editora del canal de noticias de su novio, por lo cual un juez dictó dos meses de prisión provisional para ella como cómplice. Todo aclarado y la cancillería rusa dice ahora que le prestará la debida asistencia consular.
No sería la primera vez que el régimen de Lukashenko utiliza como rehenes a los seres queridos para poner en labios de sus retenidos las declaraciones o confesiones que quiera.
Es el método que empleó incluso con Svetlana Tijanovskaya, la candidata opositora que ganó las últimas elecciones presidenciales, quien –secuestrada por el servicio secreto de Lukashenko– apareció en un video diciendo que gobernar era una tarea que la superaba y prefería irse al exilio. Era la única posibilidad de recuperar a sus hijos pequeños.