Moscú. De lo más variado, incluso desde extremos encontrados, resultó la reacción de las autoridades rusas y de los legisladores oficialistas que ayer dieron a conocer influyentes voces que forman parte de la élite gobernante, sin que hubiera una sola posición oficial ni de apoyo ni de condena sobre lo que cada vez parece más un pretexto –la presunta amenaza de bomba en el espacio aéreo de Bielorrusia– para forzar el aterrizaje de un avión comercial europeo y detener al activista de oposición, Roman Protasevich, en Minsk.
El portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, no quiso hacer ningún comentario, argumentando que “hay autoridades internacionales (en materia de aviación) que son las que deben evaluar qué sucedió, circula mucha información confusa y no queremos entrar en la carrera de ser los primeros en condenar a alguien”.
Peskov dijo no tener ninguna información sobre la ciudadana rusa Sofia Sapega, novia de Protasevich, también detenida en el aeropuerto de Minsk, ni acerca de otros cuatro pasajeros con pasaporte ruso que prefirieron quedarse en la capital de Bielorrusia y no continuar el vuelo hacia Vilnius.
El canciller Serguei Lavrov se centró en las gestiones que realiza su ministerio para averiguar por qué se retiente a Sapega y proporcionarle asistencia consular. Afirmó que entró en contacto con el padre de la joven para ofrecerle todo el apoyo del gobierno ruso.
En cambio, la vocera del ministerio de Relaciones Exteriores, María Zajarova, intentó en su cuenta de Facebook una suerte de justificación mediante el método de que no está bien, pero todos hacen lo mismo, al afirmar que lo que más le llama la atención “es el escándalo que causó en Occidente el incidente con el vuelo de Ryanair”.
Para ella, “o les indigna todo –desde el aterrizaje forzado en Austria (en julio de 2013) del avión del presidente de Bolivia (Evo Morales), a petición de Estados Unidos (creyendo que estaba a bordo Edward Snowden, refugiado en Rusia), o en Ucrania (en julio de 2016), 11 minutos después de despegar un avión de Belavia (compañía bielorrusa) para retener a un activista contra el gobierno (el ciudadano armenio Armen Martorosian, que tras rendir testimonio pudo viajar a Minsk)–, o no debe indignarles el comportamiento de otros”.
Menos diplomático, Leonid Kalashnikov, presidente del comité de la Duma para relaciones con las repúblicas ex soviéticas, adelantó que la cámara baja del Parlamento ruso no va a opinar sobre lo que hace otro país, pero “en estos hechos no veo nada que merezca reprobación”.
Al dar por cierta la versión de Lukashenko de que dos opositores secuestrados en Moscú estaban tramando en un restaurante dar un golpe de Estado y asesinar a su familia, Kalashnikov subrayó: “si los gobernantes de otros países han dado la orden de matarte, llevan a cabo acciones para desplazarte del poder, no veo por qué no pueda tomar medidas”.
En contraste, el vicepresidente de ese mismo comité, Konstantín Zatulin, declaró que “la forma en que se hizo todo esto es ciertamente odiosa”, dando a entender que la detención de Protasevich va a provocar una nueva ola de sanciones contra Bielorrusia que, a querer o no, van a afectar también a Rusia.
Y es que la explicación oficial que dieron las autoridades bielorrusas de que el aeropuerto de Minsk recibió un correo electrónico de la organización armada Hamas advirtiendo que iba a volar el avión de Ryanair en el espacio aéreo bielorruso, lo que se comunicó de inmediato al capitán de la nave que optó por pedir autorización para aterrizar en Minsk, aunque técnicamente podía seguir hasta Vilnius (a menos que alguien a bordo armara una trifulca con la tripulación de cabina), hizo un flaco favor a Rusia, que reconoce a Hamas como interlocutor válido en Medio Oriente.
Pero sin importar el rebote contra Rusia, el vicepresidente del comité de asuntos internacionales de la Duma, Dimitri Novikov, asegura que “lo que pasó forma parte de una campaña contra Lukashenko, emprendida por países que, por su debilidad económica, son incapaces de sostener una política independiente y tratan de mostrar su lealtad a su patrón en Washington”.
Otro diputado, Viacehslav Lysakov, ajeno a la conveniencia de ajustar las declaraciones a las grandes tesis en materia de política internacional, dijo lo que jamás se podrá escuchar por boca de un vocero oficial ruso: “La detención de Protasevich, sin duda, ha sido una brillante operación de los servicios secretos de Bielorrusia. Supieron detectar ‘el objetivo’, lo acompañaron, hicieron creer que habría un atentado, obligaron de hecho al avión a aterrizar y, por último, aquel cayó en buenas manos”.