El dilema que la sociedad estadunidense enfrentará es el de un regreso al pasado reciente o el de continuar por el camino iniciado el 20 de enero pasado, con la llegada del nuevo gobierno. Si en algo se distingue el gobierno de Joe Biden de los de sus antecesores es la concepción entre lo que ha representado el desarrollo para los diferentes sectores de la sociedad y la necesidad de que su peso y sus frutos se distribuyan en una forma más equitativa. En sus discursos, ha puesto de manifiesto que el ingenio de algunos, por sí sólo, no ha sido suficiente para crear la riqueza que caracteriza a Estados Unidos. Cuando se revisa el resultado final de la ecuación costo-beneficio, los que han resultado perdedores, por mucho, han sido los trabajadores, principales generadores de esa riqueza. Pareciera que Biden y quienes lo acompañan en esta tarea, no creen que esa ecuación está grabada en piedra e intentan revertirla.
Como era previsible desde el momento en que se delineó el proyecto de incrementar sustancialmente el apoyo al gasto social, como parte de uno de los programas más ambiciosos de gasto en infraestructura en la historia del país, se escuchó un grito: “hay que detener esa política populista y de izquierda radical”. Pero no hay que ser ni progresista ni de izquierda para entender que, ideológica y económicamente, el proyecto pone en peligro las prebendas que los menos han recibido durante décadas. Así lo demuestra la alianza de facto entre empresarios, legisladores conservadores, ciertos medios de comunicación y un sector de clase media, que añoran prebendas y beneficios del pasado para calificar de destructivo y populista un proyecto que pretende cambiar de raíz los ejes del crecimiento para beneficiar a 70 u 80 por ciento de la población. El problema para Biden es que no dispone de mucho tiempo. La primera prueba será en menos de dos años, cuando la sociedad vaya a las urnas y refrende o coarte ese proyecto. Por lo pronto, la forma en que se trata de erosionarlo: el espaldarazo que la mayoría del Partido Republicano continúa dando al ex presidente Donald Trump, y la aprobación de docenas de leyes en varios estados para desalentar y coartar el voto demócrata de minorías.
La campaña sibilina en algunos medios de comunicación y en diversas redes sociales es la mejor prueba de la añoranza que algunos tienen por un pasado que la gran mayoría intenta dejar atrás.