Moscú. En lo que parece ser sólo el colmo de la mala suerte, o una operación bien planeada de los servicios secretos de Bielorrusia, un avión de la compañía de bajo costo Ryanair, que salió de Atenas con destino a Vilnius, tuvo que aterrizar de emergencia ayer en Minsk, luego de que el capitán de la nave, cuando estaba aproximándose al espacio aéreo bielorruso, recibió información de que había una bomba a bordo, según amenazó uno de los pasajeros.
Ese individuo, identificado después como presunto agente de los servicios secretos de Bielorrusia, provocó un altercado con los tripulantes de cabina y sembró el pánico al decir que haría explotar una bomba que llevaba consigo, por lo cual acabó inmovilizado por varias personas que acudieron al llamado de ayuda lanzado por los sobrecargos.
La versión oficial del gobierno de Bielorrusia dice que, al pedir el capitán autorización para aterrizar en el aeropuerto de Minsk, el más cercano, se informó de inmediato del incidente en el avión de Ryanair al presidente Lukashenko, que ordenó “facilitar que aterrice lo antes posible para salvar a los pasajeros ante el peligro de morir en un atentado”.
Dicho y hecho, un cazabombardero Mig-29 apareció de pronto en el cielo para acompañar al huésped repentino, dando argumentos a la hipótesis de que Lukashenko ya tenía todo preparado para recibir a otro de los pasajeros de ese vuelo, que casualmente es uno de sus más acérrimos críticos, Roman Protasevich, un joven que desde la capital de Lituania llegó a convertirse en una suerte de desagradable piedra en el zapato.
Como cofundador y director del servicio de noticias Nexta, a través de un canal de Telegram, Protasevich desempeñó un papel preponderante durante las manifestaciones masivas de repudio a la enésima relección del presidente, con transmisiones de video en directo que las autoridades no pudieron impedir, al proporcionar información amplia y puntual sobre lo que estaba ocurriendo en su país, eludiendo toda censura.
Por ese motivo y por volverse la principal fuente de información de la oposición bielorrusa, el régimen de Lukashenko le colgó el doble sambenito de “extremista y terrorista” y, una vez que cayó en sus manos por fatídica casualidad (poco creíble, a menos que se hubiera dado una cadena de sucesos inverosímiles) o no, será sometido a un juicio que puede condenarlo a muchos años de cárcel e incluso a la pena de muerte, que Bielorrusia sigue practicando contra quienes cometen graves delitos que no merecen ningún tipo de perdón.
Protasevich, quien desde que dejó Nexta dirigía otro canal de oposición, alcanzó a decir que en el aeropuerto de Atenas notó que lo estaban vigilando, pero no pudo imaginar que el gobierno de su país llegaría al extremo de forzar el aterrizaje de su avión por un supuesto atentado que, como en las películas que terminan bien, no se produjo por no haber ninguna bomba y existir sólo en la imaginación del director, guionista y productor en una sola persona.
El mismo que hace unas semanas ordenó a sus servicios secretos secuestrar en Moscú –a mediados de abril anterior y con la connivencia de las autoridades rusas– a dos políticos de oposición bielorrusos, Aleksandr Feduta y Yuri Zenkevich, cuando estaban almorzando en un restaurante y, entre plato y trago, ultimaban los detalles de un golpe de Estado en Bielorrusia, entre otros, cómo repartirse el poder tras asesinar a Lukashenko y a todos los miembros de su familia, de acuerdo con la versión de los servicios secretos bielorrusos.