Ciudad de México. La crisis financiera mundial de 2007-2009 tuvo origen en el estallido de la burbuja de las hipotecas subprime en Estados Unidos; mientras, el actual retroceso o estancamiento de la mayor parte de las economías fue causado por la propagación del Covid-19 y el consecuente despliegue de medidas de confinamiento y distanciamiento social a fin de controlar la pandemia. Sin embargo, uno y otro hecho tienen algo en común: la respuesta de política económica predominante para enfrentar ambas crisis consistió en inyectar liquidez a los mercados financieros y contratar deuda pública.
Entrevistado por este diario, el historiador y economista Éric Toussaint, presidente del Comité para la Abolición de las Deudas Ilegítimas, advierte que estas políticas no sólo beneficiaron a los grandes capitales mucho más que a las personas de a pie, sino que han generado déficits fiscales de enormes dimensiones que a mediano plazo serán usados como pretexto para imponer esquemas de austeridad brutales, así como una nueva batería de contrarreformas que aumenten el poder del sector privado a expensas de las mayorías.
Como explica Toussaint, el problema de fondo radica en que los programas de estímulo y apoyo implementados para aliviar los estragos económicos de la pandemia –incluso uno tan amplio y aparentemente disruptivo como el que impulsa el presidente Joe Biden en Estados Unidos– fueron diseñados y aplicados dentro de la lógica neoliberal, y en este sentido no pueden hacer más que reproducir los patrones de acumulación y despojo en que se basa el capitalismo tardío. El mejor ejemplo se encuentra en lo que debiera ser el corazón del despertar gubernamental y ciudadano de cara a la pandemia: el desarrollo, producción y distribución de las vacunas contra el coronavirus. En este tema, de vida o muerte, el desmantelamiento de los sistemas públicos de investigación, los reflejos ideológicos, intereses inconfesables, o una combinación de los anteriores, llevaron a los gobernantes a poner el desarrollo de las inoculaciones en manos de un puñado de grandes corporaciones farmacéuticas, las cuales recibirán decenas de miles de millones de dólares por la mercantilización de estos específicos de primera necesidad.
En México –donde el gobierno federal se rehusó a contratar deuda para ofrecer estímulos al sector privado–, voceros del empresariado, los medios de comunicación e incluso de la academia, estrechamente vinculados a las administraciones pasadas, orquestaron una campaña de golpeteo en la que buscaron instalar la especie de que tal decisión significaba dar la espalda a la sociedad en medio de un trance sabidamente duro para las clases populares y medias.
El desarrollo de los acontecimientos, expuesto con lucidez por investigadores críticos como Toussaint, ha exhibido que detrás de tales ataques no había sino la codicia de los privilegiados de siempre, ávidos por hacer de la emergencia sanitaria una nueva oportunidad de enriquecimiento con recursos públicos.