Los certámenes de belleza son una forma de “violencia simbólica (indirecta)” hacia las mujeres, consideran agrupaciones feministas, expertos en género y legisladores. No obstante, cuando el domingo pasado la representante de México (Andrea Meza) ganó el concurso Miss Universo, hubo muchas felicitaciones para la originaria de Chihuahua.
En febrero de este año, el pleno de la Cámara de Diputados, con 444 votos a favor, dos en contra y siete abstenciones, aprobó el dictamen que agrega apartados a la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, y se incluyeron los conceptos de “violencia mediática y simbólica”. La iniciativa, que pasó al Senado, catalogó estos certámenes como “violencia simbólica” y estipula que las instituciones públicas no podrán asignarles recursos ni subsidios ni habrá publicidad oficial ni cualquier tipo de auspicio gubernamental.
En redes sociales surgieron voces feministas argumentando que estos concursos promueven “estereotipos sexistas” y son una estructura más del “patriarcado”.
Las agrupación veracruzana Brujas del Mar sostuvo que “celebrar que México tenga una Miss Universo es ofensivo en un país donde se mata y desaparece mujeres, donde se nos odia tan profundamente; pero, sobre todo, donde cada día se nos cosifica y califica por nuestra apariencia en cada espacio de interacción social (calle, familia, trabajo); donde diariamente convivimos con un diálogo interior impuesto en el que nos descalificamos en función de nuestra apariencia”.
Eder Salamanca Fuentes, académico en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, y experto en el campo de publicidad y género señaló a La Jornada que estos concursos “no deberían existir, porque valoran el éxito de una mujer sólo por su belleza; entonces, las que han estudiado maestrías y doctorados y que son amas de casa, ¿eso no importa?”.
En estos certámenes “todo gira en torno a cómo se ven, caminan y sonríen. En la sesión de preguntas aparentan que también valoran su intelectualidad y su inteligencia, pero en proporción del tiempo que dura el evento, se centra más en qué tan bien se ven y cómo portan el traje de baño”.
En “un siglo en el que la población femenina ha avanzado y está rompiendo las estructuras, estos certámenes son un retroceso. El problema es que en estos concursos se etiqueta, clasifica y categoriza, y todas las que no encajan con esos cánones de belleza se quedan en la última fila observando. Habría que analizar el impacto que tiene en adolescentes y jóvenes”.