Parece título de cuento infantil. No lo es. Fue como el general Emiliano Zapata bautizó a la silla presidencial y la razón por la que no quiso ocuparla. El hechizo del poder es fenómeno de todos los tiempos, registrado lo mismo en las mitologías que en la historia. Actualmente se conoce como S índrome de Hubris ( SH), un trastorno siquiátrico con 14 síntomas, aunque sólo cinco le son propios; los demás los comparte con otros trastornos Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders. Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría.
En 2008 David Owen, destacado neurólogo y político británico, publicó un estudio sobre el Síndrome de Hubris que afecta a personajes embriagados de poder en política, en la ciencia o el mundo financiero. Se trata de individuos que se creen destinados a realizar hazañas; muestran delirio de grandeza y omnipotencia, son incapaces de escuchar y son refractarios a las críticas. Para Owen, el SH está indisolublemente unido al poder. En su libro ( En el poder y en la enfermedad, Siruela, 2010) hay un capítulo dedicado a la protección democrática contra los gobernantes con SH.
El término “Hubris” está tomado del concepto griego “hybris” que significa exceso de soberbia. Alude al egocentrismo desmedido y el impulso a transgredir “las leyes”, los límites que los dioses impusieron al hombre frágil y mortal. Némesis en la mitología griega era la diosa de la justicia, el equilibrio y la mesura, fue quien castigó a Ícaro: el sol derritió sus alas por querer volar demasiado alto.
Los principales síntomas del SH en políticos: 1. Visión narcisista de la realidad como escenario del poder y la gloria, 2. Exaltación verbal y lectura paranoica del mundo, 3. Excesiva confianza en el propio juicio y desprecio por el de los demás, 4. Creen que sólo deben rendir cuentas a Dios o a la Historia y 5. Incompetencia “hubrística” por ceguera ante los errores. Los políticos que padecen ¡Síndrome de Hubris! son un riesgo fatal para las democracias… Memento mori (Recuerda que morirás) es la frase latina que, en la Antigua Roma, un siervo debía repetirle a los generales cuando desfilaban victoriosos, para evitar que la soberbia los enfermara.
PS. ¿Qué Dios podrá perdonar tantas muertes sin sentido?