Con un cambio radical de apariencia como carta de entrada, la fabulosa cantante, compositora, guitarrista y productora texana Annie Clark, mejor conocida como St. Vincent, aparece con un sexto disco: Daddy’s Home, vaticinado con bombo y platillo desde inicios de 2021. Con una aparición fugaz en el programa Saturday Night Live, puso en claro con la interpretación de dos temas, que está ya en una cosa distinta a lo que le conocíamos. Lejos de sus pegados trajes espaciales de látex, sus castaños rizos alocados, ahora se deja ver con el pelo alaciado y rubio a los hombros, y con traje sastre amplio, acampanado, zapatos de plataforma y cuellos anchos, cantando sola al frente sin su acostumbrada guitarra, con coristas góspel afroestadunidenses al lado y una banda pesada de rock detrás. El mensaje visual es claro y acorde al sonido del disco de estreno, en el que emite su propia interpretación de los años 70, década por medio de la cual viaja mediante diferentes géneros. Funk, soul, progre espacial, enmarcan el sueño en technicolor deslavado de la época que vivió intensamente su padre, quien recientemente salió de la cárcel tras diez años preso. Sin dedicarse a hablar de su progenitor en todo el álbum, salvo en el track que nombra al disco, Clark hace un homenaje a dicha época, a su manera.
Lo interesante es que aunque hay guiños a temas y artistas en particular (Harry Nilsson, Randy Newman, Stevie Wonder, Pink Floyd, Freda Payne), no es un disco retro que busque emular aquellos sonidos. De manera deliciosa y elegante, la guitarrista se aleja de sus acostumbrados retruécanos experimentales en el instrumento de marras, así como de sus rítmicas aceleradas de notas cortas, para componer melodías de tempos pausados; notas lánguidas, alargadas, dóciles, tanto en la línea de voz como en la de seis cuerdas, incluyendo ocasionales solos bluseros clásicos, poco experimentados por ella en discos previos.
Asimismo, los timbres aquí son más ricos, pues toca además, cítara y slide guitar, o acompañada por sintetizadores espaciales, cachondos pianos rhodes, bajos extra funkies, todo ello con procesos de producción actuales y efectos sicodélicos sobre guitarras acústicas y percusiones “orgánicas”, marcando distancia con ello de sus antes tan socorridos beats electrónicos y pedales robóticos. De igual forma, echa mano en algunos temas, de sus amados metales (trombón y saxofones), tal y como hizo en el extraordinario Actor (2009), o en Love this giant, al lado de David Byrne (2012). Las letras por otra parte, reflejan su acostumbrada ansiedad vital, con muchos toques de ironía, y muestran a personajes errantes por los que siente empatía y compasión.
En total se trata de un fino álbum suave, que trae consigo la claridad pop que tuvo con el bello, flotante y multi-premiado St. Vincent (2014), donde ahora se da la oportunidad de respirar hondo y cambiar de piel. Un disco que revela madurez musical en las composiciones, y aunque prosigue la ansiedad citada, ésta se oye domada, contenida, para proyectar a una artista que ya no busca demostrar su genialidad, sino gozar de su cumbre mullida, exquisita, sin por ello dormir en sus laureles, así como retar a la creatividad y sus caminos sonoros.
Vuelven los masivos. Kinky en auto-concierto
En Ciudad de México siguen permitiéndose los shows en foros pequeños al aire libre o cerrados con poco aforo, así como grandes con la opción de acudir a bordo de automóviles o por live-stream; aún falta para que aquí se lleven a cabo conciertos masivos. En cambio, en Monterrey, bajo el auspicio de la productora Apodaca, desde el fin de semana pasado se realizan ya conciertos amplios, presenciales, con aforo limitado, con plataformas para cuatro personas, separadas entre sí; así, los días 14 y 15 actuó en el foro Palco Tecate el grupo norteño Intocable y este fin (21 y 22) lo hará Caifanes; el lugar tiene agendado hasta agosto a diferentes artistas tanto ahí como en el Auditorio Pabellón M. Poco a poco la música en vivo vuelve a ganar terreno.
Sábado 22. Tras dos cancelaciones, el histórico festival inglés Glastonbury, que habría cumplido 50 años en 2020, ofrecerá un show de cinco horas vía streaming, con costo, de alcance global. Filmado en Worthy Farm, contará con un compacto pero macizo elenco: Damon Albarn, Idles, Jorja Smith, Wolf Alice, Michael Kiwanuka, Haim, Kano y Coldplay, en actos musicales; en spoken word: PJ Harvey, Jarvis Cocker, Kate Tempest; apariciones especiales: Róisín Murphy, George Ezra, y más invitados sorpresa (teaser: https://bit.ly/3ypNmQd). Se repetirá el domingo 23. Entradas: Glastonbury Livestream (seetickets.com). 21 horas (CDMX), 27 dólares ($560).
Domingo 23. En vivo, los regios electro-funk-rockers de Kinky. Curva 4 del Autódromo Hermanos Rodríguez. 20 horas. En auto-concierto: $2,800 a $5,200; por streaming: $133 a $190. Detalles, boletos: https://bit.ly/2Se2Lmh.
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