La masacre de Israel sobre Gaza es un episodio que muestra la urgencia de exigir a las naciones occidentales más contención y buena voluntad ante los conflictos que desgarran a varias naciones en Asia y África. Más ayuda efectiva para su desarrollo y menos bombardeos; más sentido de la responsabilidad y conciencia de la legalidad internacional y menos injerencia armada tan inescrupulosa como ineficaz.
El problema que planteamos aquí, como señala Emmanuel Levinas, es el siguiente: ¿acaso la relación con la muerte del prójimo no revela su sentido, no lo articula por la profundidad de la repercusión, del miedo que se siente ante la muerte de otros? ¿Es acertado medir ese temor con arreglo al conatus, la perseverancia en el ser, su comparación con la amenaza que pesa sobre el ser, amenaza que se presenta como única fuente de afectividad?
En Heidegger, el origen de toda afectividad es la angustia, que es una angustia por el ser (el miedo está supeditado a la angustia, es una modificación de ella). ¿El miedo es algo derivado? La relación con la muerte está concebida como experiencia de la nada en el tiempo. Aquí buscamos otras dimensiones de sentido, tanto para el sentido del tiempo como para el sentido de la muerte.
Y es que la realidad, hasta donde es permitido conocerla, sobrepasa la peor ficción. Los acontecimientos y la tragedia la desbordan, el lenguaje se ve rebasado y la conciencia no alcanza a procesar lo que presenciamos; la racionalidad y la cordura no encuentran asidero posible.
A pesar de que la historia, aparentemente, ha dado cuenta de episodios bélicos anteriores de estos acontecimientos, no sólo parece no servirnos de algo, peor aún, no hemos entendido nada. Más bien pareciera que ni siquiera se ha registrado en la memoria, como si no hubiese dejado huella ni inscripción alguna. ¿Cómo intentar dar cuenta de semejante fenómeno?
Si el asunto se juega entre las coordenadas de la memoria, la repetición, el olvido, la destructividad y la muerte, una referencia obligada son las reflexiones de Jacques Derrida en torno al concepto de Freud acerca de la pulsión de muerte, que el destacado filósofo francés enlaza al asunto del archivo y la memoria. Sin ambages, el pensador calificaba estos desastres como archivos del mal; al respecto, concluía: “archivos del mal disimulados, destruidos, prohibidos, desviados (reprimidos)”.