Representar “las cosas como son” debe experimentarse como menos inquietante, mayormente accesible, al pintor de naturalezas muertas y bodegones que al artista del retrato. No es lo mismo la frase entrecomillada anterior que ésta: “las almas como son”, a la que necesariamente se enfrenta el segundo, quien por lo demás, de algún modo buscará eficiente acomodo, es de pensar, entre los extremos planteados por Diderot: ni insípido panegirista ni censor amargo. José Manuel Caballero Bonald, en lo que es quizá su último libro, publicado hace tres años (el deceso del polígrafo ocurrió recientemente), Examen de ingenios, cuida debidamente de no caer en lo primero y en términos generales es menos riguroso con lo segundo. “La perspectiva de las semblanzas”, advierte, “no pretende ser lisonjera, tampoco desapacible, o sólo a cuenta de alguna sobrevenida mordacidad”.
De título en parte coincidente con otro, de índole distinta, publicado en el siglo XVI, el libro recoge retratos de poco más de 100 representantes de la cultura hispánica de cinco generaciones, la mayoría escritores, vistos con agudeza no sólo como personalidades o si se quiere caracteres, sino asimismo comentados como hacedores. El solo registro de los considerados consumiría el espacio de que disponemos.
Importa sin duda mencionar a Juan Rulfo (su novela, “un aislado arquetipo de poema narrativo”), Octavio Paz (“cuyas cotas iluminativas llegué a asociar a mis más vinculantes predilecciones estéticas”), José Lezama Lima (“un arte que se mantiene magistralmente vivo porque nació sin ningún condicionamiento temporal”), Julio Cortázar ( El perseguidor, “ese texto de luminosa penetración en la personalidad de un artista excepcional”), Blas de Otero ( Hojas de Madrid con La galerna es “probablemente uno de los dos o tres libros más relevantes de la poesía española del siglo XX”), Vicente Aleixandre ( La destrucción o el amor “me suministró la primera seria tentativa de asimilación de lo que iban a ser algunas de mis […] herramientas estilísticas”), Rosa Chacel (“el estilo, de cuidadosa y severa factura, y la raigambre poética de una prosa que [se desarrolla] con una exquisita pericia”), Jorge Luis Borges (“muy pocos, contadísimos escritores en lengua española han adjetivado con la sutileza [de] ‘aquel taciturno especialista en laberintos’”)…
Caballero Bonald gustaba de lo inacabado. Dejémoslo, pues, aquí.