El libro Las venas abiertas de América Latina fundó el reconocimiento al escritor uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015). La investigación de los siglos de saqueo de los recursos de América Latina cumple 50 años de haber sido publicado y continúa explicando el origen de la desigualdad en la región.
A medio siglo de influencia, Siglo XXI Editores lanza una edición conmemorativa, que ya está en librerías, enriquecida con viñetas del humorista gráfico argentino Tute.
“Creo que no hay vanidad en la alegría de comprobar, al cabo del tiempo, que Las venas... no ha sido un libro mudo”, escribió Galeano en 1978 en un prólogo que el texto ha mantenido desde entonces con razón.
La potencia del texto se hizo patente cuando en 2009 el entonces presidente de Venezuela Hugo Chávez le regaló al mandatario estadunidense Barack Obama una traducción al inglés. Las venas... se colocó en pocos días entre los 10 más vendidos por Amazon.
El narrador y periodista uruguayo escribió en 1978 que la finalidad de su libro era “conversar con la gente” para “divulgar ciertos hechos que la historia oficial, historia contada por los vencedores, esconde o miente.
“Los comentarios más favorables que este libro recibió no provienen de ningún crítico de prestigio, sino de las dictaduras militares que lo elogiaron prohibiéndolo.”
Relató que la más estimulante respuesta que recibió provino de episodios reales ocurridos en la calle, como el de “la muchacha que iba leyendo este libro para su compañera de asiento y terminó parándose y leyéndolo en voz alta para todos los pasajeros mientras el ómnibus atravesaba las calles de Bogotá”.
O la historia del “estudiante que durante una semana recorrió las librerías de la calle Corrientes, en Buenos Aires, y lo fue leyendo de a pedacitos, de librería en librería, porque no tenía dinero para comprarlo”. Similar a la del antropólogo Rodrigo Llanes Salazar, quien en una charla reciente sobre el texto recordó que lo leía a fragmentos en casa de uno de sus amigos cuando tenía 15 años.
Las venas... continúa dando luz a la realidad, ante las protestas actuales en Colombia. Hace 50 años, Galeano consignó que en ese país: “el café no trajo consigo la felicidad y la armonía, como había profetizado Nieto Arteta (…) el orden oligárquico interno y la dependencia económica ante los centros extranjeros de poder no sólo no resultaron vulnerados por el proceso ascendente del café, sino que, por el contrario, se hicieron infinitamente más agobiantes para los colombianos”.
En una escena que parece de este año, pero se refirió a 1948, el narrador describió: “Primero fue una marea humana incontenible en las calles de la capital, el espontáneo ‘bogotazo’, y en seguida la violencia derivó al campo, donde, desde hacía un tiempo, ya las bandas organizadas por los conservadores venían sembrando el terror. El odio largamente masticado por los campesinos hizo explosión, mientras el gobierno enviaba policías y soldados”.
Sobre la explotación minera en México, Galeano resumió hace medio siglo: “Zacatecas y Guanajuato ni siquiera son las ciudades más importantes de sus propias comarcas. Ambas languidecen rodeadas de los esqueletos de los campamentos de la prosperidad minera. Zacatecas, alta y árida, vive de la agricultura y exporta mano de obra hacia otros estados; son bajísimas las leyes actuales de sus minerales de oro y plata, en relación con los buenos tiempos pasados”.
Galeano narró que “en 1581, Felipe II había afirmado, ante la audiencia de Guadalajara, que ya un tercio de los indígenas de América había sido aniquilado, y que los que aún vivían se veían obligados a pagar tributos por los muertos. El monarca dijo, además, que los indios eran comprados y vendidos. Que dormían a la intemperie. Que las madres mataban a sus hijos para salvarlos del tormento en las minas.
“La plata y el oro de América penetraron como un ácido corrosivo, al decir de Engels, por todos los poros de la sociedad feudal moribunda en Europa, y al servicio del naciente mercantilismo capitalista los empresarios mineros convirtieron a los indígenas y a los esclavos negros en un numerosísimo ‘proletariado externo’ de la economía europea.
“La Corona consideraba tan necesaria la explotación inhumana de la fuerza de trabajo aborigen, que en 1601 Felipe III dictó reglas prohibiendo el trabajo forzoso en las minas y, simultáneamente, envió otras instrucciones secretas ordenando continuarlo ‘en caso de que aquella medida hiciese flaquear la producción’.”
Galeano sintetizó la tragedia de la región: “Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente y reserva del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan, consumiéndolos, mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos”.