En el Hospital Juárez de México, el trabajo cotidiano de la sicóloga Mayela Padrón incluye asistir a pacientes de Covid, incluso a los graves, al comunicarse con sus seres queridos mediante videollamadas, único contacto en medio de la soledad de su cama. Puede ocurrir, tristemente, que esa sea el último mensaje.
También atiende la contención emocional cuando las familias reciben noticias de un desenlace fatal. Lo ha hecho sin cesar desde hace 14 meses.
Ahora, repara sus secuelas por todo el desgaste emocional con terapia asistida con caballos. “Aquí llegué hace seis meses mal, ansiosa, deprimida y exhausta. Esto me sirvió muchísimo”.
Después de trotar y galopar durante una hora, premia con una zanahoria a Shakira, la yegua que es su “terapeuta” en esas sesiones. Ella ha sido –dice– su “tablita de salvación” en medio de las tormentas que afectan al personal sanitario al frente de la primera línea de atención en la actual crisis pandémica.
Cuando platica las situaciones límite en las que trabaja de manera cotidiana, su voz tiembla ligeramente. Shakira percibe algo, se olvida de la zanahoria y acerca su cabeza a la de la joven que la sostiene por la brida.
“Poco después del 20 marzo de 2020, cuando nos dicen que el Hospital Juárez se va a reconvertir en atención de Covid, nos avisan a los sicólogos que tenemos que entrar a las salas de terapia intensiva. Me moría de miedo. Pero sabía que, si renunciaba, esos pacientes iban a quedarse totalmente solos.”
Es domingo, uno de los días más ocupados en la Escuela de Equinoterapia Miguel Hidalgo, por el Parque Bicentenario y se privilegia la asistencia del personal de salud de primera línea en la atención de la pandemia.
Se trata de un programa altruista concebido por el dueño y director de la escuela, Luis Llaguno, jinete profesional: “Me conmovió ser testigo de lo que médicos, enfermeras y demás personal de salud estaban haciendo, incluso a riesgo de su vida. ¿Cómo devolver un poquito de lo mucho que estos héroes nos están dando todos los días? Están salvando a la humanidad y no basta con los abrazos”.
La corazonada de Llaguno
En medio de su propio encierro, el empresario tuvo una corazonada. Su escuela de equinoterapia podía ser útil. Desde hace 18 años ofrece esta opción de rehabilitación a niños con diversas discapacidades. Cuenta con sicólogos y terapeutas certificados y, con las aportaciones de donantes, como la firma Scappino y las familias Pedraza y Fernández Sendero, puede ofrecer esta alternativa terapéutica, que es muy costosa, a familias de bajos recursos.
Ideó el lema de este programa: “Médicos que curan el cuerpo, caballos que salvan el alma”, y puso manos a la obra. Atiende actualmente, sin costo, salvo una cuota de recuperación de 350 pesos, a 45 trabajadores de la salud. Tiene capacidad de ampliar el servicio a 200. El único requisito es que estén en la primera línea de combate contra el Covid.
Hace hincapié: “No es sólo para doctores o enfermeras, es para todos: camilleros, personal de limpieza, paramédicos. Y sus familias, porque ellos también viven esta crisis”.
Los “primeros en la primera línea” –coinciden Llaguno y Ramiro Tapia, administrador del voluntariado de la Cruz Roja– son los paramédicos y trabajadores de las ambulancias, un sector generalmente relegado cuando se habla de los héroes de la pandemia. A la fecha, este centro hípico ha dado terapia a cerca de 20 de ellos.
Tapia es comisionado del voluntariado social de la Cruz Roja. “Durante el periodo en que se decretó la alerta roja (noviembre, diciembre y enero) recibía 130 llamadas de servicio y sólo tenía 24 ambulancias equipadas con lo necesario. No dormía pensando en cómo resolver esta cuestión de vida o muerte. Tienes que olvidarte de ti mismo para seguir funcionando. Al final, me di cuenta que algo no andaba bien conmigo. Estaba muy irritable, con miedo, con ganas de llorar. Cuando llegué aquí me dicen: ‘acuéstate en el caballo’. No imaginas que esto sea posible, pero lo haces. Lo que resulta es una sensación de relajamiento y confianza tan grande que te permite seguir tu camino”. Mientras platicamos con el padre, su hijo Iktar, de cuatro años, va nombrando a los caballos que trabajan con los pacientes en el ruedo: Bienvenida, la más grande, campeona de salto en su natal Holanda; F-5, un tordillo bautizado –obvio– por un piloto aviador; Pulgarcito, Conchita, Linda. La escuela cuenta con ocho de estos magníficos ejemplares.
Después de las tres sesiones iniciales, Ramiro empezó a experimentar una nueva emoción: “Esperaba con ansia venir, sobretodo a trabajar con F-5. Es una conexión muy interesante”.
Jinete desde los 10 años, sicóloga e hipoterapeuta certificada por la escuela Edith Gross, Ana Laura Castañeda explica así el efecto: “Desde el primer momento en que estos pacientes están sobre el caballo y empiezan a trabajar su rutina, se despegan literalmente del estrés postraumático. El movimiento del caballo los ayuda a desenfocarse de su trauma”.
Llaguno aclara que lo que se trabaja con adultos es la parte emocional, “terapia asistida con caballo”, distinta a la equinoterapia, auxiliar para niños con un padecimiento específico que requiere otro proceso.