No son unos días de barbarie, sino una época, la que nos ha tocado vivir. Tampoco tiene un lugar. Está por todas partes.
Hay grados, sin duda. Sería absurdo poner a todos los bárbaros en un mismo casillero –como ellos tienden a hacer con cuantas personas acosan, agreden o destruyen. Pero sería irresponsable ver sólo a quienes parecen encabezar la barbarie que caracteriza la condición actual.
Hay razones sobradas para horrorizarse ante lo que hacen estos días personajes como Netanyayu, Duque o Bolsonaro. Sin quitarles responsabilidad en lo que ocurre, necesitamos tener a la vista el fondo de la cuestión. Se sabe ahora, con creciente claridad, que Trump era sólo síntoma de la enfermedad que agobia a la sociedad estadunidense y no su causa o la enfermedad misma. Del mismo modo, necesitamos ver lo que hay detrás de todos esos personajes.
No se trata de identificar a otros, como señalar a Uribe detrás de Duque. Hace falta reconocer que una élite económica y política gobierna, controla o condiciona a esos personajes y a todos los gobernantes a escala planetaria. Y que esa élite está en modo criminal, en una forma de barbarie.
Sería insensato poner a Andrés Manuel López Obrador en la misma liga que aquellos criminales. Pero lo que hace o pretende realizar produce reacciones encontradas. Algunos consideramos barbarie el desarrollo del sureste en que está empeñado y nos parece criminal lo que plantea con el Corredor Interoceánico. Pero tanto él como sus intelectuales orgánicos argumentan con bases que muchas personas lo desean. Que hay bastantes que no ven otra forma de sobrevivir que acceder a los empleos degradados, mal pagados y cada vez más escasos, que los ocupan 40 horas a la semana 40 años de la vida… Son personas que aplauden la oferta de que esos empleos se multiplicarán, aunque para ello sea necesario destruir no sólo el ambiente, sino modos autónomos de vida digna y muchas cosas más. Hay también personas que aún quieren lo que llaman “desarrollo” o “progreso”.
Podemos también dejar de lado lo más grave de cuanto nos ocurre: que México siga siendo el país con mayor grado de violencia, el más peligroso para mujeres, periodistas y defensores de derechos humanos, un país en que se asesina delante de la Guardia Nacional y los tres niveles de gobierno, con su abierta complicidad, mientras continúan levantamientos y desapariciones. El tema lleva a una compleja discusión sobre causas de esa violencia y maneras de acabar con ella, en la cual el gobierno aduce que su estrategia registra avances, así sea limitados, y que va por el camino adecuado. Esa discusión, que incluye la cuestión de la progresiva militarización del país y más controles sobre la población, nunca llega muy lejos.
Dejemos todo eso de lado. Hay aspectos de esta ola de barbarie atroz a la vista de todo mundo. Nadie en sus cabales podría aplaudirlos. El Presidente no quiere o no puede detenerlos y apenas los menciona. México es el país con mayor proporción de obesos en el mundo y la obesidad infantil es muy alta. Vivimos bajo un régimen en que las corporaciones envenenan y enferman a la gente, a sabiendas de lo que hacen, y promueven sus productos hasta en los programas gubernamentales. Es ridículo, vergonzoso, lo que hace el gobierno ante este acto criminal, que debería prohibir e impedir.
México es el país de mayor consumo de agua embotellada, la cual se vende a un precio hasta 500 veces mayor a su “costo”. Tres cuartas partes de las familias mexicanas se ven obligadas a comprar esa agua. Veinte empresas públicas y privadas concentran la mayoría de las concesiones para uso industrial del agua, lo que hacen en forma irracional. Las periódicas declaraciones de la directora de la Comisión Nacional del Agua demuestran la incapacidad del gobierno de hacer lo que se requiere en esta área fundamental.
Es sólo la punta del iceberg. Las élites económicas y políticas nacionales y trasnacionales están imponiendo toda suerte de sufrimientos a la mayoría de la población, y avanzan en un proceso acelerado de destrucción de la naturaleza y de todo lo demás, a ciencia y paciencia de un presidente que es humana y políticamente mucho mejor que aquellos bárbaros… pero tiene atadas las manos.
Necesitamos enfrentar a pie firme el hecho de que ajustes o sustituciones en quienes gobiernan son irrelevantes. Que no importa la calidad, la capacidad o las intenciones de quienes integran los aparatos públicos. Que seguir mirando hacia arriba para que se practiquen ajustes o acomodos para detener la barbarie en curso es enteramente ilusorio. Que no hay gobierno en el planeta capaz de enfrentar y mucho menos controlar a esos criminales. Que debemos asumir nuestra responsabilidad y tomar el asunto en nuestras manos… mientras aún es tiempo. Eso exige apelar no sólo a nuestro coraje, a decisiones valientes, sino sobre todo a nuestra imaginación, porque desde pequeños, infortunadamente, nos han programado para respetar, obedecer y hasta a amar a quienes nos oprimen y destruyen.