Tratemos de imaginar, hasta donde podamos, que un día cualquiera pasadas las 10 de la noche nos dirigimos a casa o al trabajo o a donde sea en la línea 12 del Metro de la Ciudad de México. Vamos tranquilamente sentados porque a esa hora disminuye la cantidad de usuarios y de repente se escucha un chirrido estrepitoso, seguido de un violento tirón hacia atrás y hacia abajo, mientras por la amplia ventana vemos, aterrados, cómo cae el vagón en que viajamos, en tanto todos los pasajeros se precipitan y amontonan unos sobre otros, aplastándose y sofocándose entre gritos de espanto y lamentos de dolor, salpicados de sangre, objetos y vómitos.
Habituada al agravio en todas sus formas, la sociedad mexicana en su indiferencia asume que errores, fallas, descomposturas y pifias son parte de un destino merecido tras la imposición brutal de deidades y lenguas, al grado de parecernos sinónimos incidente, tragedia, accidente o desastre, natural o no, y confundir elecciones con pasarela de entusiastas fatuos. Por eso no buscamos responsables, encontramos fatalidades, suerte o infortunio de predestinados y designios de entes superiores que acatamos sin chistar. Corrupción y extorsión son entendidas como rasgos de nuestra idiosincrasia, no de la acumulación de cinismos.
Cumplidos funcionarios de todos los niveles, partidos políticos, dueños de constructoras, contratistas, fabricantes, supervisores, grosores de varilla, certificadores y demás fueron reducidos a la impotencia por los hados, no por complicidades tan redituables como ineptas, en esa cada vez más resbaladiza falta de conciencia individual y colectiva, mientras una televisión siniestra sigue nutriendo de basura y violencia la hambruna neuronal de la gente, urgida como nunca de información útil. Por lo demás, La Puntual, la muerte, más que a los que se van, angustia a los que se quedan, a cuya pérdida añaden la perturbadora interrogante de cómo será, si lo hay, el capítulo posterior a la partida física, haya sido natural o por accidente, escalando una montaña, en el Metro o en la cama. Pero mientras aquí el tema de nuestra condición de mortales y su serena aceptación-preparación siga siendo tabú para izquierdas, derechas y centro, mejor será, parafraseando al, ese sí inmortal, poeta Miguel Hernández, que el conjunto de implicados en el reciente incidentico de la línea 12 del Metro repita hasta perder el habla: tanto robar para morirse uno.