Obligado repensar la transición energética. Día tras día aparecen trabajos creativos y números que obligan a pensar detenidamente. Siempre –pese a las urgencias– con una visión a mediano y largo plazos. No menos de 10 o 15 años en el primero, al menos 30 o 35 en el segundo, acaso más. Por ejemplo, ¿qué esperamos para 2050? ¿Qué debemos impulsar?, desde ahora, incluso ya con retraso.
Enfrentamos un dato fundamental, un enorme nivel de contaminación por combustión de fósiles, del orden de 35 mil millones de toneladas equivalentes de CO₂, y, pese a todo, representa sólo 80 por ciento de las emisiones totales. El resto proviene de actividades como la deforestación –segunda en importancia–, la ganadería, la agricultura y la industria. Una población mundial actual de 7 mil 700 millones de personas significa asociar a cada habitante con poco más de 4.5 toneladas de CO₂ equivalente al año, sólo por combustión de fósiles. De seguir hasta 2050 las tendencias de los últimos 10 años se llegará a poco más de 55 mil millones de toneladas de CO₂ equivalente y a 10 mil 500 millones de habitantes.
Se asociará a cada persona con 5.2 toneladas de CO₂ equivalente por año, volumen 15 por ciento superior al “per cápita” actual. Un 60 por ciento más de emisiones totales respecto a las de hoy. ¡Nada más lejos de los Acuerdos de París de 2015!, en los cuales la aspiración era un 2030 con un volumen resultante de un crecimiento cada vez menor. Un volumen menor en al menos 40 por ciento.
Evitar crecimiento y lograr abatimiento absoluto, ¡Tremendo reto!, aunque –hay que decirlo– oportunidad de negocios millonarios para rentistas y especuladores. ¡Sólo veamos el asunto de las vacunas hoy! Pero… no tiremos al niño con el agua. Ya vivimos una situación terrible, su “corrección” exige no sólo mucho tiempo, exige también esfuerzos científico-técnicos enormes, grandes cambios institucionales, transformaciones económicas y esfuerzos sociales orientados a modificar hábitos y costumbres de dispendio y deterioro, así como cuidados frente a negociantes sin escrúpulos.
Un trabajo reciente aborda esta problemática, es de Isidro Morales Moreno, investigador del Tecnológico de Monterrey, quien lo presentó en un seminario conjunto de la Facultad Latinoamericana de Estudios Sociales (Flacso) y la Universidad Anáhuac, bajo la coordinación de las doctoras Alicia Puyana Mutis e Isabel Rodríguez Peña. Sólido trabajo: Los retos de la transición energética y las implicaciones para México, del editor en jefe de la publicación LAP (Latin American Policy). Nos muestra los desafíos de la transición energética, no sólo para que las emisiones por combustión de fósiles, deforestación, producción de carne y otras actividades humanas se incrementen en un ritmo menor al actual, sino para que disminuyan en términos absolutos.
Frente a tendencias y números nos invita a pensar con más rigor en la relación cambio climático-transición energética, y a reconocer la nueva situación política con la llegada de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos, pero advierte que, en nuestro caso, no podemos caer en lo que llama “trampas de la soberanía energética en México, con la dependencia en gas y el freno a la inversión privada de renovables”.
Vale la pena consultarlo y discutirlo. De veras.